viernes, 25 de febrero de 2011

UNA ILUSIÓN VIOLETA

                                                                               

    Violeta es una cualidad y un atardecer, una flor y una ilusión, un aleteo de cromados versos. Violeta es el nombre de la colección de poesía que edita desde hace algún tiempo el Colectivo Giner de los Ríos. Sus cuadernos con el sutil brochazo de ese sosegado color, son íntimos, recogidos, ligeros, intemporales, que podrían pertenecer a cualquier época o país, como metáfora de su continente y contenido,  de lo que la poesía significa en todas partes y de un formato y gusto que no ha perdido vigor con el paso del tiempo.
    Pero el librito, cualquiera de sus nueve números, es más que eso, bastante más: es la respuesta callada, el abanderado de una de las actividades más querida de ese grupo de entusiastas, que, desde el mundo de la cultura serrana, a veces con proyección universal, con un ardor digno del mayor encomio  nos viene dejando, año tras año, con una regularidad impecable, el testimonio material  de lo que puede obtener un esfuerzo común alejado de lucro, un sueño de todos. Porque el Colectivo es, por antonomasia, eso: una explosión de voluntades, de nombres, Manolo, Ani, Beli, Blanca, Diego o José Andrés, por ejemplo, no todos, unos en la sombra y otros dando la cara, remando al unísono en un proyecto que, salvando numerosos escollos, ya ha cumplido treinta años, una vida, y en ella el fruto maduro de un centenar de publicaciones, dando cabida a trabajos de todo tipo y autores, con especial dedicación a los de los pueblos que nos rodean, a los de la Serranía.
    Hoy que tan reacios somos al elogio, a reconocer valores, a apreciar lo bueno que hacen otros, a limitarnos, si decimos algo, al manido "interesante", como si el término, tan vago, fuera el culmen de nuestro idioma, quiero dejar aquí, mi aplauso ferviente, mi ilimitado asombro por una labor que yo si que reconozco y admiro.
   

jueves, 24 de febrero de 2011

VíSPERAS DE VIAJE.

                                                                                
    Sin duda, los años van moderando el ánimo que nos lleva a emprender aventuras, ya que no es sino una aventura sin parangón la que nos mueve a dejar por un tiempo determinado nuestros familiares lares y encaminarnos a  ver mundo, a descubrir nuevos horizontes. Uno con la imaginación todavía en pleno funcionamiento y el cuerpo no tanto, al igual que mi mujer, eterna compañera en ese prolongado y sensacional viaje que es la vida, se acoge a la protección de un grupo de rondeños más jóvenes que aprovechan los días vacacionales de la denomimada Semana Blanca para conocer algún país europeo. Atrás quedaron aquellos años en que no necesitábamos guías, ni hoteles ni comidas contratadas, ni ir integrados en grupos, que bien nos valíamos sin depender de nadie. Sujetos estamos a cada etapa vital y de asumirlo con buen humor depende nuestro bienestar, sobre todo el espiritual.
   Por todo lo expresado, antes, ciertos  amenazadores pensamientos, ni te pasaban por la mente. Como el preguntarnos ahora, ya en vísperas de dejar momentáneamente nuestra casa, nuestra ciudad, nuestra tierra, con una inquietud que hasta que las visicitudes del trayecto la devuelve al olvido, no dejan de preocuparte: ¿Y si fuera la última vez que veo todo esto que me ha rodeado siempre? ¿Y si no volviera más a contemplar el inefable paisaje de estas sierras¿ ¿Es que ya "mi viaje", más que iniciarlo se acabará definitivamente?
   Por suerte, no hay ni por asomo, como en la antiguedad, ningún presagio que te vaticine otra cosa que no sea un placentero vagabundeo de puertas afuera, con rostros amigos deseando echar una mano, si hiciera falta; todo previsto y programado, y la reconfortante  idea de que el mundo no acaba donde uno ha nacido, y que por mucho que quieras a tu suelo, aquél, nuestro planeta, también, se puebla de maravillas, y el contemplarlas un privilegio no al alcance de todos. 
  

miércoles, 23 de febrero de 2011

LA RONDA QUE RILQUE AMÓ

                                                                                       
   
   Paseando esta mañana, una soleada en la que da gusto perderse, veo relacionado con la venta de un piso, un cartel de quien la tramita: "Inmobiliaria Rilque". No sé si asociada a esta empresa o no, pero existen, creo, una constructora y una autoescuela del mismo nombre. En primer lugar, se me ocurre la poca imaginación que tenemos por estos lares nuestros, y que para negocios tan materiales y prosaicos no es muy apropiada la denominación, cuando existen tantas y tan llamativas, que no dañan al renombre de un poeta.
   Salvedad hecha de este personal juicio, son fechas, las que transcurren, muy significativas para evocar, siquiera sea brevemente,  la figura de Rainer María Rilke, porque nos ha dado tanto como nosotros a él, lo que no siempre ocurre, y porque un febrero, de hace ya casi un centenar de años, noventa y ocho exactamente, en 1913, fue el último mes de los que estuvo residiendo en Ronda.
   Más que soñar a nuestra ciudad, la intuyó en los dibujos y texto de un viajero holandés, Josef Israëls, que nos visitó unos años antes, dejándose llevar, tras leerlo, por las perspectivas que para su inspiración podía ofrecerla una naturaleza sin límites. Y de verdad que aquí la halló, a raudales, en cualquier dirección y sentido, aunque el verdadero descubrimiento fue, tal vez, el de la ciudad, no presentida, y a la que era difícil separar de ese entorno encumbrado y abrupto.
   Del Rilke contemplativo, el que miraba de hito en hito el paisaje serrano desde la ventana de su habitación en el hotel Victoria, o del imaginativo, escribiendo lo que le dictaba su hirviente inspiración, me quedo con el que exploraba la ciudad y los  senderos, que llevaban a ninguna y a todas partes; el paseante, sin un destino premeditado, abierto a recibir cualquier estímulo o mensaje de los numerosos que le ponía en su camino una ciudad sin vehículos  y sin aceras, porque no había necesidad de ellas; al igual que un campo y valle sin bardas, con el recogido eco de esquilas y voces de pastores, rompiendo mínima y melodiosamente el inmenso silencio  reinante.
  

martes, 22 de febrero de 2011

NOMBRES FIELES A LA HISTORIA

    De las barriadas de nuestra población, consta la llamada de las Casas de Hierro, como una de las más humildes y menos transitadas por los residentes en otros lugares de la ciudad. Su condición de viviendas baratas, ya implícita en la "protección oficial", que le otorgaba el régimen dictatorial de entonces, y que como una corona quedaba inscrito en sus fachadas,  aparte de fijar la característica de ausencia de lujos innecesarios, las condenaba a situarse en un terreno que, como en casos parecidos, señalaba el límite urbano de Ronda: la frontera con el campo o el descampado si se quiere. No muy atractivo, en cualquier caso, pese a su precio, porque nadie quería vivir lejos del centro comercial o monumental.
   Engullida hoy por otros bloques, edificaciones y barriadas, que se han ido añadiendo, sin moverse, curiosamente, en nuestra imaginación, ha ido ganando distancias, como si una fuerza desconocida hubiera contribuido con un descomunal empujón a un acercamiento al corazón de Ronda. Pero, más que nada, ha ganado orden, tranquilidad y recatado encanto. Calles como suspiros, pero abarrotadas de floridas macetas, de jazmines y celestinas en los recodos, de algún naranjo dando sombra y de faroles, aquí y allá, que adornan además de alumbrar.
   De todo, en un ambiente apto para el paseo, me quedo con el nombre de las calles. Sin excepción, de pueblos de nuestra Serranía. A ésta, por su fidelidad a Ronda, por su pareja historia y desengaños, por participar de la misma atmósfera, de montaraz naturaleza pareja, por su empeño de desprenderse de  impuestas políticas de  fronteras provinciales, le debemos desde siempre un homenaje; este que ofrecen los rótulos, recordándonos que existen, es nimio, pero ya es algo.

lunes, 21 de febrero de 2011

DE LAS MONTAÑAS SERRANAS NOS LLEGARON.

    De las montañas serranas y de sus escabrosas cimas  bajan en estos días crudos, remolones, con intención de quedarse, aguaceros, vientos o esa brisa helada que nos muerde el rostro. Es el invierno y hace bien con cumplir con sus obligaciones, porque, por muy molesta que sea su presencia, de su actitud dependerá, la estabilidad, mesura y buen funcionamiento de las estaciones que le siguen. El fragante verdor de la primavera, la vastedad del verano o el sosiego adormecedor del otoño. 
   De las sierras y de sus alturas más mareantes, también llegaron a Ronda, sin hacer ruido, algunos ejemplares de pinsapos, sus semillas queremos decir. Fue un traslado que entrañaba sus dudas, ya que el frío y la altura de su habitat natural duplicaban a los que iba a hallar en nuestra ciudad. Su respuesta y generosidad para adaptarse, sin embargo, ha sido meritoria. Aunque es más el interés por los rondeños que se asienten en sus jardines privados que contemplarlos en los de dominio público, así y todo los contados que crecen en algunas de nuestras plazas y rincones dejan mostrar el extraño encanto que desprenden su ramas, tallos, frutos y toda su geométrica estructura de árbol raro, distinto.
   Sobre todo ahora, en estos días invernales, se diría que es cuando andan avizores para captar,  empaparse de toda la gélida atmósfera, que les envían nubes, simas y deslizantes laderas, procedentes de un terreno que pueblan sus arbóreos congéneres. Seguramente, de este cauteloso aprovisionamiento, batido por una jauría de elementos adversos,  dependerá su fortaleza para seguir erguidos y verdes todo el año. Y que nosotros los veamos...
                                                                       

domingo, 20 de febrero de 2011

SECULAR ABANDONO

   La prensa de ayer sorprendía con la noticia, que refrendaban los altos cargos del ministerio y del gobierno andaluz, de un aprobado proyecto para Antequera, faraónico por sus proporciones y por la creación de empleos, unos siete mil. Un circuito, el más grande del mundo,  para probar trenes de alta velocidad, con una inversión de cuatrocientos millones de euros. "Innovación y prosperidad van de la mano", dijo una ministra.
   "Prosperidad y abandono, diríamos nosotros, en el limitado espacio de poco más de medio centenar de quilómetros, se dan la mano; pero lustrosa y satisfecha una  de su suerte, raquítica y pobre, la otra". Duele que por nuestra comarca ni pasen los proyectos, ni los euros, ni las inversiones. Nada nuevo, hoy como ayer, nada se ha movido en este aspecto. El secular olvido que no quiere dejarnos, tan enquistado está. ¡Santo cielo, cuánto cuesta por aquí construir sólo media docena de kilómetros de carretera, y no digamos emprender una nueva porque eso sería una utopía! ¡Cuánto clausurar unos pasos de ferrocarril! ¡Cuánto reparar una iglesia, un monumento en ruinas! ¡Cuánto limpiar un río! 
   Así y todos, ahora que hay votaciones en puerta, como estúpidos, volveremos a ilusionarnos, como otras veces, con promesas electorales,  que no tardaremos en comprobar dentro de unos meses que son inauditas porque nunca, ni por asomo, las veremos hecha realidad. Mientras, ciudades tan cercanas, tan parecida a la nuestra por situación y población, parecen tocadas de la mano de Dios: soberbias carreteras, AVE y lo que sea...

sábado, 19 de febrero de 2011

COLONIZACIONES

   No está siendo este febrero muy leal a su fama, ya que de demente, hasta ahora, ha tenido bien poco.  Más bien, se ha aferrado con tozudez a su carácter de invernal, sumiéndonos en una atmósfera en lo que ha privado ha sido el frío, la lluvia y los vientos desmadrados. Sí, como todos los años, en esta semana que termina, publicidad en escaparates, televisión y prensa, se encargaron de avisarnos del día de San Valentín, el de los enamorados. Una fiesta que nunca ha sido hispana, que  fue, quizás, el primer adalid que nos envió la colonización americana, la misma que está matando a la mayoría de  nuestras tradiciones y que acabará con las pocas que nos quedan.
   Como ejemplo de esa letal conquista que emprendió América hace algunos años, estas Navidades buscamos deseperadamente, en una búsqueda en la que impliqué a hijos y amigos, en Madrid y Sevilla,
(ya lo habíamos intentado nosotros en Ronda) encontrar una estampa, una imagen de los Reyes Magos, grande o pequeña, un almanaque, algo. El fracaso fue manifiesto: no existían más que los llamados Papá Noel. A grandes pasos, no tardará en merendarse el Halloween, por mucho que se celebre en la vìspera del día de los Santos, a nuestro Carnaval. Tiempo al tiempo.
   Aparte de no ser una fiesta española, en las tiendas de regalos rondeñas, al igual, me imagino, que en las de otras ciudades, sólo hemos visto el LOVE de la lengua inglesa, en grandes cantidades, colores y tamaños, impulsado, además, el latrocinio a nuestro sonoro e inefable AMOR, por esa gigantesca correa transmisora de fabricación china, que sólo entiende de negocios y no de idiomas.
   A la colonización de los americanos, tocándonos la fibra sentimental para la compra loca en determinadas fiestas instituidas por ellos, igualmente hay que culpar de no dejarnos ni siquiera la elección de amar a los que nos aman, novias, esposas, padres, hijos o hermanos, cuando queramos o nos apetezca: para esos están sus días, los que nos obligan a seguir como borreguitos.

  
  

jueves, 17 de febrero de 2011

DOBLE ESPELUCO

   El temblor inicial, se lo adjudica al cuerpo la gelidez de la mañana, sin humedad, pero con un ventarrón que transporta en su seno toda la nieve de las cumbres hispanas; el segundo, la habitación de espera de un dentista, en teoría, la sala de un edén, con un silencio apaciguador, recorrido sólo por una melodía angelical, tenue, casi imperceptible, adormecedora. Todo pulcro y ordenado. Carteles por doquier, con gente joven saltando llenos de júbilo, jugando con niños, mirando fijamente y mostrando siempre una sonrisa, tan deslumbrante como su dentadura. Los mensajes igualmente ayudan a pensar que hemos llegado a ese paraíso intuido antes: "Prestaciones gratuitas". "No te cuesta nada". "Ruta de la sonrisa", y así.
   No te fíes ni un pelo. No tardarás en comprobar que la cámara de tormento se oculta en la trastienda; que ésta, en cuando a dimensiones, para pavor claustrofóbico, se halla en proporción inversa a la sala de espera, y que apenas hay sitio para dejar el abrigo. El nimio espacio, lo acaparan objetos afilados, punzantes, extraños de forma; los brazos articulados; multitud de gomas de largas extremedidades y, esencialmente, el terrorífico y encumbrado potro de tortura. En él, ofician como sacerdotes del sangriento ritual, con una sonrisa tan estereotipada e hipócrita como la que esgrimen las figuras de los carteles,  espectros de batas tan blancas como las de los anuncios televisivos de lavados de ropa. 
    Lo más terrible de todo es que, pura indignidad, también vienen, sin remedio, a arramblar con tu cartera.

miércoles, 16 de febrero de 2011

AMOR AL TERRUÑO

   Antes de acometer cualquier tipo de sabiduría, conócete a ti mismo, decían los antiguos, ya que en tí está el origen de todo conocimiento. Un estadio posterior, o puede que precedente, sería el de conocer tu tierra, en la que has nacido, para saber dónde pisas, para aprender a desentrañarla, a amarla y porque igualmente, su aire, su clima, su entorno, suele moldear nuestro carácter. Fundamental, pues, también, para llegar a nosotros mismos.
   Eso hace, con insistencia, con veneración, con contumancia y destreza, desde años, que todo cuesta, el grupo rondeño de Pasos Largos: conocer la tierra, la región; más que a zancadas, como puede equivocádamente dar a entender su nombre, a pasitos cortos, sin dejarse atrás ni un ápice, ni praderas ni ventisqueros, ni cumbres ni cañadas, ni lo que ocultan;  escudriñándola, midiéndola, penetrándola, hollándola, abrazándola, seduciéndola, ganándola, que es labor de muchas horas, de incontables días y pisadas.
   Ni que decir tiene, que a la tierra, es necesario, cada día con más ahinco, defenderla de agravios. De Pasos Largos y de su actual líder, el infatigable y emprendedor Rafa, nos llega el mensaje de una marcha reivindicativa para salvaguardar el Tajo del Abanico, con caminos cortados que no permiten la entrada y basura para dar y tomar.
   Un espacio de belleza tan impresionante, merece otro respeto, el que se le va perdiendo. Mi familia y yo dejamos hace unos años de recorrerlo: muchas cancelas, candados, senderos cortados y perros sueltos eran obstáculos casi insalvables. Por eso ahora, no tengo más que aplaudir ese paseo, que será, pese a todo, un disfrute y una enérgica protesta. Tal vez a alguien se le mueva el alma y la escuche. 
                                                                         

martes, 15 de febrero de 2011

AZOTA LA LLUVIA.


      La mañana aparece enfurruñada, sin muchas ganas de bromas. Cae el agua con fuerza y un aire de poniente, del que nos trae la lluvia a cántaros viniendo a galope desde el San Cristóbal, contribuye a que los pocos transeuntes que veo desde los cristales, una maraña de gotas éstos ahora, se den prisa porque el paraguas no siempre es protección suficiente si el aire también, como está ocurriendo, es invitado protagonista.
      Ante la falta de perspectivas visuales, el ánimo, que con tiempo despejado se expande sin límites, se encoge esta vez, se hace más íntimo y opta por dirigir la mirada hacia dentro, a lo que tenemos más cerca, y lo que más a la vera tenemos es, por supuesto, nuestra casa, a la que en días soleados damos de lado, aunque con la certeza de que siempre estará allí, esperándonos, tardemos lo que tardemos, como sufrida y paciente madre. Y es curioso como, con los temporales del cielo, la casa, en especial la sala de estar, adquiere luces de espacio reconquistado, como si alguna vez hubiera estado perdido.
      Para disgusto de mi costilla, menos hogareña, que acepta a regañadientes, hemos decidido no salir hoy. Milagrosamente, no tenemos ninguna cita perentoria, ni con médicos, dentistas, oculistas,  hipermercados ni farmacias. Uno, imaginariamente, para no mostrar una desmesurada euforia, porque podría ser contraproducente, se frota  las manos, satisfecho. Un largo día para hacer cosas, porque en ese par de horas que se ganan renunciando a pisar la calle, se pueden recuperar un montón de actividades: recomponer ese artículo, escribir otro para la revista local, leer el suplemento cultural de hace unas semanas, contestar al correo de los amigos, comenzar el libro que nos espera desde hace meses o cumplir con nuestra familia, viendo las fotos que nos mandaron, sin visualizar todavía.
     Al final, son tantas las cosas que queremos emprender que, mientras la lluvia, que ya azota, no deja de caer, olvidamos hasta las de todos los días, las más habituales, aquellas que nunca, por nada, llegamos a  olvidar.
    

lunes, 14 de febrero de 2011

CIUDAD SOÑADA

   Muchas cosas habría que destruir y otras que enmendar, si es que queremos que, urbanística y paisajísticamente Ronda vuelva a ser la ciudad que soñaron como paradigma de lugares hermosos, poetas, pintores, músicos  y artistas. Algo que, dado el giro de los tiempos y de los reconocidos enjuagues y compadreos, se ve ciertamente difícil. Tanto hemos repetido lo de ciudad soñada en carteles publicitarios, revistas y ferias de turismo que, cegados los naturales,  hemos llegado en algún momento de debilidad sentimental a creérnoslo. Seguramente la fue antaño, cuando tan a lo vivo y con colores tan vigorosos y ufanos nos la describen nuestros visitantes más sonados de otras épocas, no tan lejanas.
   Es un hecho que a nadie se le oculta, que se destruye más que se recupera de lo que se ha ido perdiendo. Y no hay más que dirigir la mirada a esta Alameda nuestra, agraviada continuamente desde hace un par de décadas. Uno piensa contemplando a este destrozado expositor, que una vez pretendió enseñar el nombre de nuestras hermosas montañas a los foráneos, y del que irónicamente sólo queda visible lo de "ciudad soñada", que ojalá que esa superficie rectangular emborronada, tachada, rasgada, descolorida y muerta, no sea un presagio de lo que pueda ocurrirle, a no tardar mucho, -de lo que ya tenemos variados ejemplos-, a nuestra Ronda.

domingo, 13 de febrero de 2011

DÍAS PLOMIZOS


   Los días plomizos como el de hoy, cegando el horizonte, ejercen una influencia perniciosa en nuestra ánimo. La mirada, que igual podría posarse, para compensar esa tristeza envolvente, en  objetos con una cierta luminosidad, como jardines floridos, que todavía los hay, y en el colorido de esas flores amarillas, tan abundantes ahora, o en el  cálido rosa del fruto de los naranjos, o en el ceremonioso vaivén de cualquier palmera, se detiene, siguiendo el juego a la cargante atmósfera, en árboles de ramas desnudas, suplicantes, casi yertas,  o ya en el gris de los tejados, y no hacemos ningún caso, tampoco, a la llamada circunstancial del piar sonoro de algún pájaro, reconfortante siempre.
   De un traspié anímico a otro, nos hemos puesto a pensar en una amiga fallecida ayer. Y de ahí a tratar de recordar voces de desaparecidos; algunas de gente tan lejana como maestros, médicos, tenderos, vecinos, o amigos que poblaron nuestra niñez; una legión, y, desde luego, de los de la familia, que ya no están. ¿Habéis probado a hacerlo? Porque es milagroso que de seres que apenas nos queda una idea muy vaga de sus figuras, de sus gestos, de sus risas, nos llegue con claridad el sonido límpido de sus voces. No es, de ningún modo, un ejercicio triste, sino placentero, el oír de nuevo, internamente, voces dulces, arrogantes, paternales, risueñas, melancólicas, orgullosas, admonitorias, severas, apocadas, consoladoras, apasionadas...  como si el vertiginoso Cronos no nos hubiera hecho sentir su implacable tiranía, y ahí estuvieran sus dueños, todos, a nuestro lado, como entonces.
  
  

sábado, 12 de febrero de 2011

LA RONDA QUE SE CAE A PEDAZOS. NUESTRA SEÑORA DE GRACIA

Nuestra Señora de Gracia. Para nadie de los que andamos por estas tierras es un secreto que es el templo más antiguo de Ronda; pero más que eso,  prescindiendo de su rico pasado, ligado a maestrantes, a forzadas lides, repoblaciones y paso de órdenes religiosas, esta iglesia ha sido desde su fundación un trozo tan incrustado en el escenario despejado del Barrio de San Francisco, tan familiar, tan a la vista nada más atravesar las murallas, que hoy a la plaza parece que la falta algo. La gracia, que no sólo el tejado, la que le dió  nombre y solera, se la han quitado entre unos y otros.
   Durante años, han jugado entre políticos, entidades benéficas (aunque poco lo parecen) y la misma Iglesia, que es una forma estupenda de evadir el bulto y no hacer nada,  a señalar como culpable de su estado al que entre los citados tenía más cerca. Todavía hoy, que si cesiones, que si presupuestos, que si leche. De la iglesia, modesta, genuina, preciosa, cada vez nos queda menos a los que no entendemos de cifras, de balances ni de programas políticos, pero sí tenemos ojos. 

viernes, 11 de febrero de 2011

ANIMALES CALLEJEROS




   La naturaleza de mi calle, ancha y no lejos del centro,  propicia para aparcar, ofrece con sus vehículos detenidos durante gran parte del día, el que llena la jornada laboral, un refugio temporal para los gatos que, mayormente con tiempo inclemente, se escudan bajo sus carrocerías.
    Una segunda vivienda, más estable, la hallan en la escueta superficie de nuestro diminuto jardín, para tomar el sol, protegerse de la lluvia, cuando no hay coches, al socaire del pequeño porche o, también para buscar comida, ya que es habitual que allí la encuentren.
   Llama a compasión su vagabunda existencia de animales sin dueño y sin cariño. Pese a su desconfianza natural de seres errantes, se dejan acariciar y hay, casi siempre, en sus miradas inquietas, un soplo fugaz de agradecimiento.
   Los restos de la comida que dejan, vienen a aprovecharlo, con exagerada puntualidad, a la misma hora, una pareja de palomas: de total blancura una, de tonos grises, la otra. Algo antes, como pidiendo  consentimiento, se detienen en el tejadillo del porche. Después, con ruidoso vuelo, llegan presurosas, picoteando con mecánica celeridad.
   Todavía, cuando el tiempo es lluvioso, hasta la poca desperdigada comida sobrante, se acerca a limpiarla, ahora sí, hasta  no quedar nada, con toda la morosidad del mundo, un  caracol solitario. 

jueves, 10 de febrero de 2011

ANDALUCÍA EN LA SANGRE


Ayer nos visitó en nuestra casa Margarita Troyano. Una mujer joven que lleva en sus venas sangre de Fernando de los Ríos y de Manuel Troyano, ya que es biznieta de los dos. Rondeños ilustres ambos, de cuando Madrid parecía un interminable feudo de Ronda, con paisanos mandando en la educación, en la cultura, en la prensa, o el mismo Gobierno. La prensa y la opinión política la movió durante bastante tiempo Manuel Troyano; primero desde las páginas de El Imparcial, donde era redactor; más tarde, como director de su propio diario: España.
    Nacida en el exilio venezolano,  a donde llevó a su padre sus ideas republicanas y donde murió, Margarita le oyó constantemente hablar de España. Con la mente puesta en un país con el que soñaba, no hace mucho se ha instalado ella, con marido e hijos, definitivamente en suelo andaluz. La llamada era muy poderosa.
    Se ha propuesto ahora rescatar la figura del menos conocido de sus dos bisabuelos: la de Manuel, relatando su vida. Alguien, creyendo que yo podía darle datos de él, le dio mi nombre. Pobre de mí. Hablamos, eso sí, de una persona, como la de Manuel Troyano, a la que admiro y conozco poco. También de exilios, de los que algo sé. Como era de esperar, ella fue la maestra y yo el discípulo. No otra cosa hacemos en la vida, sino aprender sin parar ni un instante.

miércoles, 9 de febrero de 2011

EL OTRO CAMINO INGLÉS


     El de los Ingleses, es un Paseo sin fortuna. Sin duda, cuando más la acarició fue cuando su manejo estuvo, precisamente, en manos británicas. Eran los primeros años de apertura del hotel Victoria, y el de la euforia de las vías  ferrocarril reduciendo distancias, y las autoridades locales no vieron con malos ojos que una zona despoblada fuera, en la práctica, dominio de un establecimiento que, con regularidad, traía extranjeros a Ronda, algún trabajo para sus habitantes, y si no mucho dinero, que en manos inglesas persistía el de los alojados, sí un renombre que nunca podía ser malo para la ciudad.
     Debió ser en este tiempo, el segundo camino inglés, el pequeñito;  sin las asperezas ni con la necesidad de matarse salvando cimas y peñascos, como el que iba desde Gibraltar a nuestra escondida Ronda, pero tan de descubrimiento como éste.  Un paraíso en la tierra para poetas, dibujantes, músicos, artistas y diletantes de ignotos  parajes. Un edén perdido en este finisterre que todavía era Ronda.
     Pese a todo, es un paseo que recibió en los postreros tiempos poco cariño de los rondeños; ya fuera  porque nunca  estuvo permanentemente abierto,  ya porque la poca altura de su muralla levantara un poco de temor, o porque el abandono de su trayecto tampoco invitaba mucho. Su últimas mejoras han levantado un mar de críticas. Puede parecer razonable el enlosado, si es que los elementos atmosféricos hacían presa constante en su suelo, desbaratándolo; más dudas deja su modernista y geométrica ornamentación, muy lejos de lo que pide el entorno.
   Pero no quería referirme a eso. Ya desde la mitad del camino, donde las ramas ateridas de un árbol sin hojas esperan un vestido de la primavera, se divisan otras lindezas que claman al cielo, y seguirán clamando, puesto que anudan disparates de todas las épocas: toda la cornisa del Tajo, tras el Victoria, al mismo borde, se ofrece arrebujada de ennegrecidos bloques de viviendas que tienen su acompañamiento destructor en otros sin ninguna armonía de más abajo; a la vista, hacia acá,  quedan esos establos, horadados en la roca que nadie se explica cómo llegaron, ni por qué no desparecen. Y no miremos a nuestros pies, por donde acaba el paseo, si no se quiere contemplar, atónito, un sinfín de piscinas, de agudos colores, para que se noten, que le ha nacido al valle como por ensalmo, con intención de no dejarlo jamás.
  
  
   

martes, 8 de febrero de 2011

ÁRBOLES Y NIÑOS QUISIERON DARSE LA MANO.


   Como la Alameda es un punto de recorrido habitual en nuestros paseos, ya sea porque difícilmente se podría encontrar otro lugar de esparcimiento del espíritu más preclaro, o ya por la obligación de los jubilados de dar con nuestros huesos en los parques de todas las ciudades del mundo, lo cierto es que, por esa cita cotidiana que pocas veces falla, uno, aparte de admirar en ella lo que lo merece, que, es en realidad, casi todo, siempre se topa con variadas cosas que la desmerecen, y que, lo que es más de lamentar, requerirían sólo el gasto de un mínimo esfuerzo y voluntad para remediarlas.
   Hace unos años, los mismos que pregonan los diminutos letreros, de hierro y piedra, con la edad del nacimiento de los pequeños, -1997- se ideó, con buen ingenio, unir la llegada al mundo de un crío con un árbol, sembrado con más o menos exactitud por esas fechas. Se intentaba así, me parece, crear una cierta complicidad entre el árbol y el niño, que redundaría en el futuro amor de éste por las plantas y la naturaleza. Recuerdo que tuvo una buena acogida y que durante unos meses, catorce o quince, los mismos que tardaron en  desaparecer gran parte de los árboles, unos por falta de cuido y otros por la brutalidad de desaprensivos, la gente miraba con curiosidad no exenta de cariño al conjunto, deletreando nombres, mirando fechas y tratando descubrir en la inscripción los apellidos de algún conocido.
   No es un símil agradable, pero, hoy en día, la fila paralela a los balcones, que transita a todo lo largo del extremo del paseo central,  la de la pretendida simbiosis entre infancia y plantas, es lo más parecido a un camposanto. Únicamente, dos o tres árboles se mantienen en pie; los cuadrados que debían sostener al resto, sólo muestran la descuidada tierra; a su lado, también cuesta trabajo descifrar el nombre consignado en las lápidas. Tal vez sea mejor así, para ocultar el fiasco de un proyecto.
  

  

  
  
 

domingo, 6 de febrero de 2011

UN ENSUEÑO DE ALAMEDA

   Tal vez suene a franco despropósito, en una mañana soleada, como la de hoy, luminosa, despejada, radiante, asirse a otra, ya en el recuerdo de los días, de menos resplandores y luminarias, de carácter totalmente distinta. No es malo, en ciertos casos, acogerse a ese axioma clásico que nos advierte que no hay nada como vivir el día, sin pensar en los gozos del ayer, ni en las seguras penurias del cuerpo del mañana; el conocido carpe diem, de nuestros escritores menos previsores. Y no lo es, tampoco, por razones que se alejan del mencionado consejo, darnos el gusto, de vez en cuando,  de volver la vista sobre nuestros pasos, para recrearnos en tal o cual instante.
   Hace unas fechas, muy temprano, para que no se impusiera el sol del amanecer, la niebla se apoderó de esa parte tan querida de Ronda que comprende el sector de la población que merodea en toda su extensión junto al Tajo, la que se asoma a él. Y no es que sea cosa muy extraña, porque con frecuencia, toda la superficie de nuestro abismo actúa como morada y receptáculo de vientos, tímidas brumas o densas nieblas, que cuando les viene en gana, dejan su hondo escondite para ganar altura y esparcirse, sin perder su densa blancura, por la cercana vecindad.
   En esta ocasión, cercó con más insistencia que otras veces a nuestra Alameda, que perdió contornos, desdibujó caminos, desnudó árboles de frondas, inmovilizó el agua de las fuentes, blanqueó farolas y enmudeció aves. Todo en un escenario onírico de ocres tintes en los senderos. Lo mejor de todo, que, de un brochazo, que ojalá hubiera durado eternamente, obró ese milagro en el que todos hemos pensado ocurriera algún día, hizo desaparecer la horrible y usurpadora edificación del seudo Teatro Espinel.

  

sábado, 5 de febrero de 2011

KILÓMETRO 57

   Arrolladora ha sido la expansión de Ronda en las últimas décadas. No tanto en habitantes como en viviendas. Más perceptible y prolongada por el norte, donde aparte de hallar espacios más vastos y despejados, la zona constaba como más llana y fácil para edificar. Una realidad que, por este área, es incuestionable, con varias barriadas, asentadas en su superficie y un crecimiento de urbanizaciones  desmesurado, porque éstas, procurando selectividad para sus clientes, ocupan terrenos que mejor fuera que quedaran libres, como antaño. Algo que se cuida muy poco. Aún no la hemos tomado con las montañas, pero no tardaremos mucho en ver, al igual que en la cercana costa, cómo desaparecen bajo la asfixia y el peso de apretadas casas que las tapan hasta no dejar ver un trozo de roca.
   Sin llegar tan lejos, ni andar tanto,  hay determinadas cosas que nos llenan de curiosidad. Como ese monolito, mojón kilométrico, que un día debió señalar algo. Muy probablemente, el paso de una carretera y lo que faltaba para llegar a una población. De eso no nos cabe duda. De lo que sí nos queda es de lo que hace ahí en la actualidad, en medio de una acera, abatido,  dando pena, obstaculizando el paso y dando motivos para alguna que otra caída. A su alrededor se han construido fuentes, se ha levantado viviendas, se han trazado aceras, sembrado árboles y destruido otros; pero imperturbable, hierático al paso de los días, hay sigue nuestro kilómetro 57. ¿Desgana, imposibilidad material de destruirlo, museo al aire libre y pieza arqueológica de importancia? Uno de esos hermetismos a que aludimos en nuestro blog, le rodea.

viernes, 4 de febrero de 2011

Pandemonio de letreros




   Es de admirar, cómo la llegada del turismo masivo de los últimos años, las comunicaciones, empequeñeciendo el mundo y la dictadura de las franquicias, poderosas, han convertido a nuestra calle de la Bola, la íntima y familiar de otras épocas, cambiándole la faz, en un pequeño universo de denominaciones exóticas.
   Una invasión nunca antes vista, se han encaramado en las alturas de los comercios tradicionales, para
liquidar a los sonoros nombres hispanos de antaño e imponer su ley extranjera. La uniformidad, por desgracia, se adueña de nuestras ciudades, para gozo de los turistas de allende los Pirineos, que, por si la nostalgia de su país los hiere, a los británicos sobre todo, aquí se sienten a sus anchas, en un entorno de inscripciones propias,  y mensajes publicitarios, que más parecen dirigidos a ellos, que poco gastan, que a la población consumidora local y serrana, que es, en definitiva, la verdadera compradora.
   Entre este pandemonio de letreros foráneos, casi se nos escapa un suspiro de alivio cuando localizamos algún nombre de los de siempre, de los que anuncian: "zapatería tal, tejidos cual, o ferretería de fulano". Como la cultura de los idiomas y de su aprendizaje no ha avanzado en Ronda al ritmo de la invasión dicha, estos pocos nombres tradicionales que nos quedan, sirven al pueblo de referencia para precisar dónde se encuentran los comercios invasores de impronunciable ortografía y significado: "Sí, enfrente de los tejidos tal o junto a la tienda de fulanita...".
   El grave problema, nos tememos,  surgirá el día que no nos queden referencias a las que asirnos. Habrá que recurrir entonces a objetos y signos menos claros: una ventana, a un color o a una pared de especial tintura.

jueves, 3 de febrero de 2011

UN HORRIBLE MUÑÓN




   Lo nuestro, lo de los humanos, es, sin remedio, pasar, envejecer hasta que el cuerpo diga: ya no más. Y si a alguien le quedara alguna duda, que eche una ojeada a cualquier foto suya, de un año, de dos o de tres; o mirémosno en los rostros de los que llevamos a algún tiempo sin ver.Pero, mientras, lo del mundo, hasta el fin de los tiempos,es permanecer. Yo diría, también, que, al menos para las cosas que nos son familiares y hermosas, cuanto con menos cambios mejor.
   Lo digo porque a nuestro abismo, por su izquierda, viniendo por la calle de San Carlos, le encuentro desde hace tiempo una mudanza que a mí, ni a nadie, creo le guste un pelo. Hasta ahora, ya creíamos condenado a la otra parte del Puente, la del valle, sus piscinas, mansiones nuevas y todo eso; y mirábamos con algo de disfrute, sin creernoslo, que ese desfiladero de sombras y luces y cuidadas viviendas midiendo el vacío y aguantando el mareo, siguiera ahí, más o menos, sin grandes alteraciones.
   No sabría decir cuándo, porque estas cosas aparecen de pronto, con ánimo de pasar desapercibidas y quedarse. No sería difícil comparar fotos, también es este caso, de las muchas que hay de nuestro Tajo, para comprobar cuándo hizo acto de presencia.Pero lo cierto es que ese terreno ganado a las rocas, esa excrecencia, ese horrible muñón, blanqueado para destacar más, aparte de no estar antes, es una tremenda barbaridad, con licencia o sin ella la obra,civil o político su dueño, que eso poco importa cuando el daño está hecho.

miércoles, 2 de febrero de 2011

UN PASEO SINGULAR.

   El Puente y la Alameda, bien distantes antaño, delimitan una zona urbana que es de las que más transformaciones ha sufrido en los últimos años, desde la desaparición del antiguo Mercado y de las oficinas de la Compañía Sevillana. Fue un acierto el trazado del paseo que, sobre la cornisa del Tajo, enlaza ambos símbolos de nuestra ciudad, ganando sin merma para el entorno, un espacio singular y abriendo perspectivas antes ocultas a la vista y al paso de visitantes y admiradores de los magnos horizontes que desde allí se divisan. Un recorrido de una quietud grande, que nunca llegan a romper los grupos turísticos que lo atraviesan, ganando todavía más si se prolonga, sin perder el filo de nuestro barranco, hasta las mismas puertas del hotel Victoria, por el paseo de los Ingleses. 
   En medio, en los jardines de Blas Infantes, ese sosiego es todavía más apreciable, denso y callado. En su parte inicial, dejando atrás la presencia del Parador, antes de expandirse hacia el templete, camino del volatinero mirador, se halla una zona del Tajo, que es es de las más salvajes y hermosas, con una exuberante vegetación de flores silvestres y chumberas en todo tiempo, que marcan la bajada del terreno antes de su alocado desplome hacia el valle.
   Todo sería idílico y auténtico por esta parte, con los umbríos jardines, floridos arbustos, suprema tranquilidad y panorama, si no lo afeara esa herrumbosa torreta de la Sevillana; un extraño, molesto, anticuado y desmesurado objeto torturador en un escenario que, de otra forma, sería inmaculado. Cumple una misión, sin duda, pero existen otros medios hoy en día, para sustituirla.

UN CAMINO VIRGINAL

   De los caminos que parten de los límites de nuestra ciudad, todos pintorescos y sugerentes, de los varios que sólo abandonan Ronda por un momento para rodearla y volver, me quedo con el que se adentra hasta morir, en su ida, en las profundidades de la rocosa gruta de la Virgen de la Cabeza.
   Con la virginidad de esta ruta, todavía podemos considerarnos afortunados de no haberla visto mancillada. Sí, desgraciadamente, le hemos dado un innoble zarpazo a su entrada, obstruida desde hace algunos años, por una urbanización, la de La Pila de Doña Gaspara, de tan desafortunado enclave, que no hay más remedio que pensar en el nepotismo, la ignorancia, y, no sé si la corrupción, de los que la permitieron.
   En este sendero aún incólume, sorprende actualmente el irremediable estado de una mansión, plena de edad y leyenda, que, materialmente, por momentos, se viene abajo. Su valor, desde luego, es sentimental y aunque se veía venir, ahora que parte de sus muros han sucumbido a las sacudidas de los vientos y a la constancia de los chaparrones, nos costará trabajo constatar dentro de pronto su total desaparición. Nos referimos, por supuesto, a Villa Apolo o Casa Rúa. A la par que su abandono, un montón de historias, sin fundamento urdidas, le ha hecho compañía durante todos estos años, también el de mendigos y desheredados que hallaron un refugio lejano, pero cierto.
   Ahora que, con el respaldo del Supremo, parece cercana la edificación de viviendas, de alto coste imaginamos, tendremos que resignarnos no sólo a buscar con nostalgia, perdida entre pinos, almendros y encinas, a la fantasmal casa Rúa, sino, igualmente, a constatar que la virgnidad del camino, el de la Virgen de la Cabeza, se fue a hacer puñetas.

martes, 1 de febrero de 2011

Hablando de libros virtuales.

   A los que ya somos viejos, los avances técnicos y la rapidez con que hoy se producen, sin ser nada nuevo, nos deja boquiabiertos. Y eso que antes las innovaciones del último recién llegado,  con engañosa clarividencia, nos decimos: "¡Que barbaridad de invento. Esto no hay quien lo mejore!" Error mayúsculo. En un año, tirando con largueza, nuestras pobres previsiones de aprendiz de adivino, sin suerte, sufrirán un mentis irreversible, como mostrarán novísimos y más admirables ingenios.
   Sin mucho ánimo, por el precio y las obligaciones que se echa uno encima, contagiado por el entusiasmo de usuarios que desplegaban mis hijos, entró en mi casa como regalo navideño otro artefacto de extraña denominación, como correspondía a su procedencia extranjera: "I Pad", creo, no estoy seguro. Una mezcla en su forma y funcionamiento, de pizarra infantil, de las usadas antiguamente en las escuelas y de ordenador portátil. En otros términos, una maravilla más de las que nos regalan los actuales tiempos. Una pizarra mágica, capaz de atraer a su superfice rectangular, con un ligero toque de la yema de los dedos, los más fantásticos vídeos, las más increibles fotos, las noticias más últimas e ilustradas, los juegos más originales.
   Con la misma fulminante rapidez, lo que es más, también de presentar ante tus atónitos ojos, acompañado de innúmeros resortes (para aumentar o disminuir la letra, iluminarla, ennegrecerla, situar vertical o horizontal el texto, sin merma de su posición, y no sé cuántas cosas más) al libro virtual. Éste, de obtención gratis o de pago, se descarga en un periquete. Y allí está uno, con la punzante duda, que no es sólo mía, de si será esta invención el fin del libro de toda la vida.
   En principio, es curioso la de vueltas que da el mundo para posarse en idéntico predio, y que de aquellas tablas de arcilla de la civilización  caldea, en que dio sus primeros pasos el libro, se haya llegado a esta otra, la nuestra, en que aquél, a través de miles de años, se dé la mano con el llamado virtual.Es innegable que, éste último, está ahí y que viene con fundados argumentos para no desaparecer. Una convivencia que, aún, se ve lejana, le espera al libro tradicional; una competencia, en algún momento feroz, que, por nuestra edad, afortunadamente, no nos hará sufrir a los que disfrutamos del libro como objeto material, factible de manejar, tocar, oler su tinta, manosear sus páginas, prestar, vender, donar, comprar, incluso, con harto sentimiento cuando ocurre, manchar o rasgar.