domingo, 16 de diciembre de 2018


            DE EFEMÉRIDES MALAGUEÑAS Y CORAZONES DE VIRREYES 

            Un trabajo, puede que no suficientemente valorado, pero de cierta importancia para el estudio de la historia de su tierra es el que llevó a cabo José Luis Estrada Segalerva en Efémerides Malagueñas; una obra enciclopédica en la que su autor debió emplear cuantiosas horas y una inagotable voluntad para recoger, desde el siglo XV, un interminable friso de sucesos acaecidos en suelo de Málaga y su provincia; de heterogénea naturaleza, ya que junto a los de un innegable valor histórico, datando el origen y agonía de  guerras, revoluciones, de nacimientos y muertes de ilustres figuras de la literatura o del arte, o de fastos de diversas índoles, dignos de resaltar por su originalidad o rareza, se mezclan noticias de crímenes horrendos, aunque todos lo son, de capturas de bandidos o de tropelías cometidos por estos, de incendios, epidemias, terremotos, derribos, o inauguraciones de sedes ya hoy desaparecidas, pero que en su tiempo pudieron llamar la atención general. 
            Un conglomerado de datos, en suma, que, en palabras de su autor, si individualmente no podían tener un gran interés, sí que “enlazados”, reflejaban “épocas y décadas en sus esenciales vaivenes históricos”, los que ofrecían cuatro volúmenes con más de 1700 páginas, repletas de hechos, nimios y gloriosos.
            Después de años dormidos en lo que se supone, para llamarla de algún modo, nuestra particular biblioteca, nos ha atraído de golpe, en una visita protocolaria, la variedad de amarillos que se han prendido a cada una de sus cubiertas; un algo esperado, por cumplir ciertos años de vida, y, otro tanto, por su persistente encierro, más cruel y prolongado de lo que, por fas o por nefas, tendríamos que haberlos sometido.
            Aunque gran parte de las Efemérides tienen a Málaga capital como destinataria, en menor medida, igualmente, miran hacia horizontes del interior. Entre otras, no deja de tener su relumbre esta en la que nos detenemos, de un 7 de febrero de 1760, en la que se da cuenta de la muerte en Méjico de Agustín de Ahumada y Villalón, su virrey, y de que su corazón fue enviado a su tierra natal, para que fuera depositado en la capilla del Rosario del convento de Santo Domingo.
            No parece que estuvieran atadas a disposiciones testamentarias estas insólitas exequias, con la salomónica partición de los restos del difunto; más es de imaginar, la presencia de su esposa y sobrina, María Luisa, la que, con la mitad de años menos que su esposo, aportó al matrimonio el marquesado de las Amarillas, sus riquezas y posesiones, su estallido de juventud, y más de un gesto de adelantada a su tiempo y a su condición femenil: lo más material, pensó, sepultado en la ciudad desde la que gobernó un inabarcable hispano imperio, para memoria y honores de los fieles que allí aún tuviera; lo de más valor en vida, su marchito corazón, con lo que de espíritu o alma todavía conservara, a su tierra rondeña para que si otra existencia ultraterrena había, que de algo le sirviera el coral de jaculatorias, de himnos religiosos y de cantos de contrición, a todas horas, ya desde prima y maitines, en el que constantemente las voces de los monjes lo sumergían.
            Más fortaleza que monasterio, se erigía el convento, todavía sin puentes mediadores, señalando la frontera entre ciudad y campo; su pie en suelo firme y su fábrica fija en la nada que emergía del sombrío e ingente boquete del Tajo,  Hades y Tártaro de un inframundo de cañones, peñascos y angosturas. Está por ver si los de la orden actuaron en el convento como verdugos de la Inquisición; si así fuera, no más tortura necesitarían que asomar sus acusados al precipicio, en cuyo fondo, de no abjurar de sus maquinaciones, podrían en nada de tiempo hallarse.
            Enterrado en sitio hoy en día ignorado el corazón del fenecido virrey, transcurridos unos años, no demasiados, otro distinguido ocupante, -sus restos queremos decir- vinieron a pedir eterno reposo en la misma capilla del Rosario, estos con más aparato que aquel, pues depositados fueron en un túmulo si no de extrema grandiosidad, sí con mármol, que era de la tierra y a la vista de quien quisiera visitarlo: los de José de Moctezuma y Rojas, nada menos que descendiente directo y nieto del emperador azteca de ese mismo apellido.  
            Una peregrina cita post mortem de dos razas y dos culturas, en el recogimiento de los muros de un templo.  Un peregrinar de vidas y azares con su migaja de romance añejo, dentro de esa aventura mayor de la España descubridora y que no dejaba de tener su ínfima moraleja; no ya de nuestro imprevisible destino en vida, sino la de nuestros restos; y eso, por muy perdido que ande, en espera de un menor descubrimiento, entre arruinadas criptas y pedruscos, casi en comunicación con las   abisales profundidades vecinas, el yerto corazón de Agustín de Ahumada, el rondeño que llegó a virrey.  


Diario Sur de hoy.
            
            
               
             

jueves, 13 de diciembre de 2018

     MALÉVOLO OTOÑO

    Asoma su ceño más malévolo el otoño, que es ahora mismo nada más que enfurecido y desatado invierno, con todo lo que a la vista queda emprendiendo un vuelo de desorientada e inexperta ave a la que han dejado sin su guía, porque un ventarrón, que es levante y poniente, aliados andan para que nula protección contra una lluvia que también se mece en el regazo de esos vientos, aporten  paraguas, chubasqueros, gabanes y hasta gorras, que se dirían portan alas.
    Se esfumaron con prontitud en otras clases de fugitivos soplos, esos días de soles imprevistos y de brisas casi sofocantes, que eran como un oasis venciendo a la aridez y dureza con que nos venía sometiendo la estación; un ir de aquí para allá la naturaleza y nosotros, que a duras penas nos adaptamos a su enloquecido vaivén;  que nos confunde y nos desanima. El tiempo,  qué duda cabe, obediente acólito es,  y como los sueños, va y viene, animando o desalentando, dejándonos siempre un regusto de insatisfacción, de no sabemos qué búsqueda, de qué ignotas y verdes praderas que nunca llegan.

miércoles, 5 de diciembre de 2018


EN MEMORIA DE JOSÉ MANUEL MONTES

            En este día húmedo, sin soles y apenas luces, ha muerto José Manuel Montes, amigo de todos, y algo se nos quiebra a nosotros, que también de él lo fuimos, pensando que su eterna sonrisa, que su pausado andar y sus muchos saberes, ya nunca, en fortuitos encuentros callejeros, tendrán lugar.
            Amaba a rabiar, José Manuel,  a los libros y a Ronda, y por esta última en mil batallas estuvo en lid, de cuyas victorias nunca quiso presumir, pues eso no era lo suyo. En cuanto a los libros, media vida se pasó persiguiendo historias que hablaran de estas tierras, acumulando obras que de algún modo las tratara, hasta trocar su hogar, el antiguo y el reciente, más en refugio de ellos que de personas.
            Si de algo interiormente se sentía orgulloso, era, haciendo honor a su apellido, ligado a sierras y picachos, de emprender grandes caminatas que le conducían si no por montes, si por verdes collados y sinuosos vericuetos serranos. Y cuando de estas tierras no hubo trayecto o trocha que no conociera, cubiertas todas, las de otros horizontes a veces acompañado, a veces solo, emprendió.
            Con salud debilitada, hace unos meses quiso pasar los postreros meses de una existencia que preveía se acababa, en repentina mudanza, a una vivienda de cara a la Alameda, para mejor contemplar las fogosas auroras y los premiosos amaneceres, de los que hablaba con tanto entusiasmo como si les perteneciera, como un artesano pregona sus creaciones. Pero, igualmente, nos comentaba el desafuero que se estaba cometiendo con lugar tan esplendoroso e insólito, al que durante el día, ni un minuto, se dejaba parar con celebraciones que nada más que ruidos y estropicios por doquier dejaban a su paso, y últimamente, con la realización de una entrada con horrible barriga de cemento de surcos, que a bien a las claras hablaba de la insensatez de los que encargados de su cuidado, en otras cosas piensan.
            Como provisto de un salvaconducto de bondades y bien hacer te marchas, no nos cabe duda de que, si para llegar ahora a inmarcesibles prados y nemorosos bosques, has de cruzar estigias lagunas y encarar la faz de feroces cancerberos, sin el menor peligro las navegará y salvarás. Es lo que, dilecto amigo, te deseamos.

            En Revista Puente Nuevo, presentada ayer

martes, 4 de diciembre de 2018


EL CICERONE MUDO DE D’ORS

            Es un otoño falaz y cicatero, de turbiones y bóreas, un otoño que no lo es, sino desmadrado invierno; que nos priva de lo que suele ser su esencia: alígeras nubes navegando en bandadas por cielos añiles, velando y desvelando rocas y cumbres, y un constante trasiego de apagadas pero miríficas luces. Un otoño que nadie diría que lo es, mas que esta mañana, para que no se diga, muestra su botín de irisadas hojas, marchitos y recortados corazones, o nimias piraguas sin timonel, poblando un suelo aún húmedo, el de esta Alameda, abierta a cien montañas, a cien serranos horizontes, puro cristal esta mañana un si es no es otoñal.
            Ramonea el sol, despertando frondas y árboles ateridos y llega la vida, mansa y callada. La confunde, desorienta y quiebra en su augusta quietud, un tropel de voces, en realidad un informe griterío de grupos de turistas galos, germanos, orientales; y más que nada las de sus guías, parlanchines sin tregua, que se detienen aquí y allá, muy puestos de su papel de capitanes de una grey a la que toca más que mandar, seducir.
            Y para eso nada mejor que hacer gala de una facundia, que, las más de las veces se nos antoja a los que únicamente observamos, hiperbólica, fraguando historias en ocasiones reales, casi siempre ficticias, y de estas, unas creíbles y otras muy difíciles de asumir. Un parloteo que se intensifica ante las figuras en piedra o en bronce de toreros y majas, y que ni siquiera para ante esa desbocada belleza que se despeña o despliega montaraz, revoleteando por una naturaleza tan próvida como acogedora.
             Espectador de ese incesante y plural vocerío que lanzan a la mañana la pujante aglomeración de trujamanes, recuerda uno el episodio que en sus Glosas refiere D’Ors, impenitente viajero de muchas tierras, y también de estas, en las que a comprobar vino que los artesanales cierros rondeños no eran sino abultados vientres de unas viviendas ahítas de sol y cal; pero también, para aprender él, maestro de viajes, que no había cicerone en el vasto mundo, más de envidiar y eficaz, como el chiquillo sordomudo que le acompañaba en su peregrinaje por Ronda, al que acabaría comprándoles unos zapatos para suplir a los harapos que le servían de calzado. Unos golpecitos en el hombro, como previo aviso, y el infantil índice del pequeño, enderezado, le señalaba lo que había que admirar, todo un poema de callado cuño, como el mismo chiquillo.

SUR DE HOY