jueves, 24 de febrero de 2011

VíSPERAS DE VIAJE.

                                                                                
    Sin duda, los años van moderando el ánimo que nos lleva a emprender aventuras, ya que no es sino una aventura sin parangón la que nos mueve a dejar por un tiempo determinado nuestros familiares lares y encaminarnos a  ver mundo, a descubrir nuevos horizontes. Uno con la imaginación todavía en pleno funcionamiento y el cuerpo no tanto, al igual que mi mujer, eterna compañera en ese prolongado y sensacional viaje que es la vida, se acoge a la protección de un grupo de rondeños más jóvenes que aprovechan los días vacacionales de la denomimada Semana Blanca para conocer algún país europeo. Atrás quedaron aquellos años en que no necesitábamos guías, ni hoteles ni comidas contratadas, ni ir integrados en grupos, que bien nos valíamos sin depender de nadie. Sujetos estamos a cada etapa vital y de asumirlo con buen humor depende nuestro bienestar, sobre todo el espiritual.
   Por todo lo expresado, antes, ciertos  amenazadores pensamientos, ni te pasaban por la mente. Como el preguntarnos ahora, ya en vísperas de dejar momentáneamente nuestra casa, nuestra ciudad, nuestra tierra, con una inquietud que hasta que las visicitudes del trayecto la devuelve al olvido, no dejan de preocuparte: ¿Y si fuera la última vez que veo todo esto que me ha rodeado siempre? ¿Y si no volviera más a contemplar el inefable paisaje de estas sierras¿ ¿Es que ya "mi viaje", más que iniciarlo se acabará definitivamente?
   Por suerte, no hay ni por asomo, como en la antiguedad, ningún presagio que te vaticine otra cosa que no sea un placentero vagabundeo de puertas afuera, con rostros amigos deseando echar una mano, si hiciera falta; todo previsto y programado, y la reconfortante  idea de que el mundo no acaba donde uno ha nacido, y que por mucho que quieras a tu suelo, aquél, nuestro planeta, también, se puebla de maravillas, y el contemplarlas un privilegio no al alcance de todos. 
  

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