domingo, 13 de febrero de 2011

DÍAS PLOMIZOS


   Los días plomizos como el de hoy, cegando el horizonte, ejercen una influencia perniciosa en nuestra ánimo. La mirada, que igual podría posarse, para compensar esa tristeza envolvente, en  objetos con una cierta luminosidad, como jardines floridos, que todavía los hay, y en el colorido de esas flores amarillas, tan abundantes ahora, o en el  cálido rosa del fruto de los naranjos, o en el ceremonioso vaivén de cualquier palmera, se detiene, siguiendo el juego a la cargante atmósfera, en árboles de ramas desnudas, suplicantes, casi yertas,  o ya en el gris de los tejados, y no hacemos ningún caso, tampoco, a la llamada circunstancial del piar sonoro de algún pájaro, reconfortante siempre.
   De un traspié anímico a otro, nos hemos puesto a pensar en una amiga fallecida ayer. Y de ahí a tratar de recordar voces de desaparecidos; algunas de gente tan lejana como maestros, médicos, tenderos, vecinos, o amigos que poblaron nuestra niñez; una legión, y, desde luego, de los de la familia, que ya no están. ¿Habéis probado a hacerlo? Porque es milagroso que de seres que apenas nos queda una idea muy vaga de sus figuras, de sus gestos, de sus risas, nos llegue con claridad el sonido límpido de sus voces. No es, de ningún modo, un ejercicio triste, sino placentero, el oír de nuevo, internamente, voces dulces, arrogantes, paternales, risueñas, melancólicas, orgullosas, admonitorias, severas, apocadas, consoladoras, apasionadas...  como si el vertiginoso Cronos no nos hubiera hecho sentir su implacable tiranía, y ahí estuvieran sus dueños, todos, a nuestro lado, como entonces.
  
  

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