domingo, 6 de febrero de 2011

UN ENSUEÑO DE ALAMEDA

   Tal vez suene a franco despropósito, en una mañana soleada, como la de hoy, luminosa, despejada, radiante, asirse a otra, ya en el recuerdo de los días, de menos resplandores y luminarias, de carácter totalmente distinta. No es malo, en ciertos casos, acogerse a ese axioma clásico que nos advierte que no hay nada como vivir el día, sin pensar en los gozos del ayer, ni en las seguras penurias del cuerpo del mañana; el conocido carpe diem, de nuestros escritores menos previsores. Y no lo es, tampoco, por razones que se alejan del mencionado consejo, darnos el gusto, de vez en cuando,  de volver la vista sobre nuestros pasos, para recrearnos en tal o cual instante.
   Hace unas fechas, muy temprano, para que no se impusiera el sol del amanecer, la niebla se apoderó de esa parte tan querida de Ronda que comprende el sector de la población que merodea en toda su extensión junto al Tajo, la que se asoma a él. Y no es que sea cosa muy extraña, porque con frecuencia, toda la superficie de nuestro abismo actúa como morada y receptáculo de vientos, tímidas brumas o densas nieblas, que cuando les viene en gana, dejan su hondo escondite para ganar altura y esparcirse, sin perder su densa blancura, por la cercana vecindad.
   En esta ocasión, cercó con más insistencia que otras veces a nuestra Alameda, que perdió contornos, desdibujó caminos, desnudó árboles de frondas, inmovilizó el agua de las fuentes, blanqueó farolas y enmudeció aves. Todo en un escenario onírico de ocres tintes en los senderos. Lo mejor de todo, que, de un brochazo, que ojalá hubiera durado eternamente, obró ese milagro en el que todos hemos pensado ocurriera algún día, hizo desaparecer la horrible y usurpadora edificación del seudo Teatro Espinel.

  

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