miércoles, 23 de febrero de 2011

LA RONDA QUE RILQUE AMÓ

                                                                                       
   
   Paseando esta mañana, una soleada en la que da gusto perderse, veo relacionado con la venta de un piso, un cartel de quien la tramita: "Inmobiliaria Rilque". No sé si asociada a esta empresa o no, pero existen, creo, una constructora y una autoescuela del mismo nombre. En primer lugar, se me ocurre la poca imaginación que tenemos por estos lares nuestros, y que para negocios tan materiales y prosaicos no es muy apropiada la denominación, cuando existen tantas y tan llamativas, que no dañan al renombre de un poeta.
   Salvedad hecha de este personal juicio, son fechas, las que transcurren, muy significativas para evocar, siquiera sea brevemente,  la figura de Rainer María Rilke, porque nos ha dado tanto como nosotros a él, lo que no siempre ocurre, y porque un febrero, de hace ya casi un centenar de años, noventa y ocho exactamente, en 1913, fue el último mes de los que estuvo residiendo en Ronda.
   Más que soñar a nuestra ciudad, la intuyó en los dibujos y texto de un viajero holandés, Josef Israëls, que nos visitó unos años antes, dejándose llevar, tras leerlo, por las perspectivas que para su inspiración podía ofrecerla una naturaleza sin límites. Y de verdad que aquí la halló, a raudales, en cualquier dirección y sentido, aunque el verdadero descubrimiento fue, tal vez, el de la ciudad, no presentida, y a la que era difícil separar de ese entorno encumbrado y abrupto.
   Del Rilke contemplativo, el que miraba de hito en hito el paisaje serrano desde la ventana de su habitación en el hotel Victoria, o del imaginativo, escribiendo lo que le dictaba su hirviente inspiración, me quedo con el que exploraba la ciudad y los  senderos, que llevaban a ninguna y a todas partes; el paseante, sin un destino premeditado, abierto a recibir cualquier estímulo o mensaje de los numerosos que le ponía en su camino una ciudad sin vehículos  y sin aceras, porque no había necesidad de ellas; al igual que un campo y valle sin bardas, con el recogido eco de esquilas y voces de pastores, rompiendo mínima y melodiosamente el inmenso silencio  reinante.
  

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