lunes, 28 de noviembre de 2016

PAISAJE SERRANO

      Hay días que se cierran, malhumorados y otros que se abren y expanden con unas tremendas ganas de comunicarse, de interminables charlas que no guardan palabras sino imágenes para el espíritu. Con todo nos habla el de hoy, el de esta mañana, con alma y cuerpo, con nubes que fueron primero como heladas mantecas adheridas a las imperiales cumbres de nuestras montañas y que luego, derretidas, se expandieron por todo el ámbito de nuestro ancestral abismo, alígeras, algodoneras, juguetonas, fantásticas. Por allí merodeaba nuestro bonachón río, hecho el mandón de turno, algo que tiempo hacía que no lo era,  tanto por el volumen de sus aguas, antes tan precarias, como por constituirse en director de orquesta de todos los sonidos, a los que, a su antojo, temperaba o acrecentaba, que para eso, como antaño, cuando la tierra, más que inmaculada,  era no dañada por las embestidas de los hombres, se vestía de risas y cada cosa venía a su hora, las lluvias, los soles, el frío y el calor. Qué le vamos hacer que no sea mirar con arrobo, emocionados, estos regalos que nos dona el cielo. Ya hay hojas, ablandadas en su raíz por las lluvias de ayer, que al menor soplo emprenden el vuelo; y las hay en el suelo, perfectos corazones las de los plataneros, en tamaño y forma, y manchadas las de los álamos, como corazones doloridos, como tantos por doquier, de los de verdad, allí y allá se ven y seguiremos viendo, que esto es el cuento de nunca acabar.

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