sábado, 3 de diciembre de 2016

          SE AMONTONAN LAS NUBES.

        Dentro de esa vivienda de muros, en la otra más diminuta, verdadero corazón hogareño, en la cama, maternal matriz, andamos cobijado esta mañana, más tarde de lo habitual. Es sábado, y aunque desde hace años el trabajo dejó de ser una obligación, queda de aquellas ineludibles labores un no sé qué de sacra liturgia a respetar, a no romper, a un día que era  de redención, de dar un respiro a cuerpo y espíritu. Pensándolo bien, tampoco hay refugios como el que nos proporcionan estas atrapadas ropas y el del calor de nuestro cuerpo, tan íntimo y completo. Y si aciertas, lo que es problemático, a no pensar en nada, la dicha es completa. Por eso, con la misma desgana y pereza que se cuelgan de las paredes cuadros y lámparas, se pone en pie uno. Igualmente la mañana tardía en entrar parece mostrar respeto por el sabbat de los judíos. Afuera, en palabras de Homero,  amontona las nubes el padre Zeus. No hay cielos, sino montañas de ellas, blanquinegras, mensajeras de cualquier cosa que venga.  Un hermosos día, como todos, porque todos lo son. ¡Como pasan los días, como pasa la vida! ¡Ya es diciembre! Para no pensar en otra cosa que no sea ser compañero de la mañana, para no adentrarnos en ese laberinto sin salidas, de qué es lo que nos espera, que cuál es nuestra meta y destino, lo mejor es echar andar y saludar al montón de nubes, a la luz, aunque medrosa, al día. Y sentirse vivo, qué mayor felicidad, por mucho que busquemos otras, casi siempre inalcanzables, es difícil de hallar. 

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