lunes, 10 de febrero de 2014

HABLAN LOS CIELOS



     Cuando los cielos hablan todo el orbe enmudece. ¡Menuda día y noche el precedente, Zaide!, con vientos de furia tal que desbocados agrietaban muros, hacían medir el suelo a árboles y cornisas o  machacar moles de piedras de ancestral asiento para zarandearlas como pompas, y dando la mano a aguaceros que no eran más que tangibles símiles de ese diluvio universal que cuentan textos bíblicos debió azotar la tierra en una época imprecisa. Eso tiene la atmósfera por estos lares sureños, capaz de trocar en un frenético parpadeo, frío en calor, nieve en exudación o bonanza en borrasca. A cambio de esas alteraciones que ponen los ánimos a recorrer en fracciones de segundo la escala que va de la depresión más profunda a la exaltación más desatinada de tu yo, en un momento dios de todo y en otro vil miseria, tendremos que agradecer no vivir estos días en predios tropicales, porque espantada la monotonía que en esos esos lugares suele acoger al clima, hay por aquí, cuando le viene en gana, durante unas horas, con lo que como mero espectador maravillarse, porque pura magia la naturaleza siempre, es ahora un espectáculo indecible, un escenario de sorprendentes efectos, distorsiones, brillos, sombras, y acometida de elementos desatados, que después de todo, dentro de su furor y daño, habría que agradecer, extrayendo de él lo que de provecho para la vista tiene.   

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