domingo, 2 de febrero de 2014

EL SILENCIO DE LAS CALLES



     Afines a los días sin nombre, fríos y grises del invierno, cuando este más azuza sus mastines contra los pobres mortales, son las calles solitarias, vacías de todo aliento y vida, ya que a la falta de caminantes, de pisadas que van y vienen, que las recorren una y otra vez, se une la carencia de luces, de reverberaciones, de claridades, que, en modo alguno,  dejan pasar cielos encumbrados, apagados, mortecinos, como si no fuera el día el que nos acompañara sino sombríos ocasos, sin colores ni voces.
        Respetemos, Zaide, como algo sagrado,  el silente dormitar de estas calles y el de estos días sin aparente alma, porque es evidente que en el continuo ajetreo del paso del tiempo, todo, hasta lo inanimado, necesita un respiro, un reposo para emprender con más ganas, con renovadas ansias su  trajinar de siempre, con ese ánimo de perdurar que a la mayoría nos embarga y mantiene en pie.

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