jueves, 14 de marzo de 2013

PAÑUELO EN MANO, DESPIDAMOS AL TREN



      De aquel entusiasmo frenético que despertó la llegada del ferrocarril a nuestra ciudad en los estertores del XIX, y no sin razón, porque concedió trabajo y prosperidad en grandes dosis, sólo nos queda, diríamos, los desechos, lo peor. Se han suprimido tantos trenes, tantas estaciones en pocos años, que no es locura pensar que por lo que a nosotros respecta ese camino de hierro, ese despliegue de vías que antes unía ciudades, pueblos sin carreteras y sin fortuna estatal, como ahora,  es cada vez más un camino a ninguna parte, restos de una civilización abandonada para examen de arqueólogos del futuro.

         Esos pasos a  nivel, casi en el corazón de la ciudad desde hace muchos años, son los detritus que de aquel alborozo de progreso nos ha quedado. En vez de la farsa de ese AVE, de sospechosa presencia electoral nada más, se quitan trenes y a los escasos regionales que permanecen, se le añaden como si no hubiera pasado el tiempo, molestias y transbordos de antaño. Quitar y no dar sigue siendo nuestro destino. Y cuando la palabra "quitar" tiene algún sentido, como en el caso de los molestos y peligrosos pasos a nivel, ahí están, tan panchos. 

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