viernes, 24 de junio de 2011

PARADOJA EN EL GOBIERNO DE LOS AYUNTAMIENTOS

          Manifestación de nuestra condición humana es, creo, quejarnos de todo lo que nos rodea, tanto si nos va bien como si no. Pocos aceptamos el estado de nuestra economía, de nuestra situación en la sociedad, o de nuestra salud. Por muy floreciente que sean todas ellas, siempre anhelamos más, quizás porque vemos a otros más ricos, más guapos, más afortunados, más famosos. En fin, que la conformidad es cosa de tratados religiosos y ascéticos, pero no nuestra.
          Sin embargo, alguna razón nos asiste a veces, por ejemplo, cuando estos día de mudanzas consistoriales nos quejamos de las enormes deudas que atosigan a los ayuntamientos, que, como cabezas administrativas de las ciudades tendrían que ser un permanente modelo de organización y de gobierno de unas finanzas de las que sólo son custodios circunstanciales. Entre otras cosas, bien, muy bien, magníficamente, se les paga por este trabajo, al que nadie, tampoco les obliga.
          Más que nada, cuesta entender que cada miembro de los que componen los ayuntamientos, con estudios superiores o sin ellos, en la vida civil,  en la mayoría de los casos  tiene un cuidado especial en que sus cuentas domésticas cuadren: que mensualmente haya para pagar la luz, el agua, el gas -para que no los corten-, para vestidos, comidas y demás de los que comparten como familia el mismo techo y las mismas necesidades,  para no tener trampas,  para no  ir a la ruina.
          ¿Cuál es el motivo, entonces, de esa desidia, de esa despreocupación, de ese "a mi qué", cuando se trata de gobernar con equidad y cordura, como hacen en sus hogares, los municipios?  

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