miércoles, 15 de junio de 2011

UN HONESTO BIEN, QUE SABRÍAMOS AGRADECER.

                                                                          

          La insatisfacción es, quien lo duda, una de las características más acusadas de la raza humana. Les pedimos demasiado a los dioses, al destino o a la vida. Cualquiera que sea el ropaje en que se envuelven, o en el que lo imaginamos, es seguro que  deben verse en un brete, por muy dadivosos que se muestren, para cumplir con nuestros deseos, nunca ahítos. Más allá de las necesidades elementales, añoramos el calor si hace frío, la nieve cuando nos abrasamos en el estío,  la sombra si hace sol, el agua cuando no llueve, y la sequía cuando aquella descarga más tiempo del que nos gustaría. Y no hablemos del poder y del dinero y su permanente seducción, se tenga lo que se tenga.
          Para seguir moviéndonos dentro de ese clamor de peticiones que todos los días nos envuelven, las propias y las del prójimo,  vaya la nuestra de hoy,  para que los nuevos ayuntamientos, sobre todo el local, recién constituido, se olvide por una vez de rencillas de partidos, de arrogancias funestas, asumiendo que no es cualquier cosa administrar y cuidar los bienes del pueblo, que es enorme labor; pero que, al mismo tiempo, no es pequeña la recompensa, la del deber cumplido, con modestia y dignidad; sentirse querido y no fustigado, porque el bien que se le haga a la ciudad se nos hace a todos los que vivimos en ella, y solemos ser agradecidos.
            

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