jueves, 13 de agosto de 2015

EL FIASCO DE LAS ESTRELLAS.



     ¡Menudo argumento para una novela de aventuras! El del planeta tierra atravesando impasible una densa nube de polvo, que no es sino escombros dejado a su paso por un cometa de enrevesado nombre, pero que en los nocturnos cielos surgen con la impronta de raudas estrellas, de fugitivo y rutilante tránsito.
       Algo así venían pregonando los medios de comunicación, expertos en no dejar en paz nuestro ajetreado ánimo y llevarlo de sobresalto en sobresalto y de respingo en respingo. El suceso se anunciaba para la pasada madrugada, y tanto habían insistido en la magnificencia del etéreo espectáculo, que allí estuvimos a esas horas intempestivas,  que sólo están hechas para dormir y no para ninguna otra cosa, con mirada boba clavada en los cielos. Ninguna estrella, ni siquiera la de todos los días, y menos lluvia, ni parsimonioso chispear de ellas. Nada contemplamos de mayor rango que no fuera una completa oscuridad arriba y la macilenta luz proyectada sin ganas de una farola abajo. Confesamos nuestra decepción, que pueda que fuera tal vez fiasco de nuestra imaginación por no poner de su parte y componer con maña lo que en lo alto no había. 

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