sábado, 24 de agosto de 2013

ZAIDE, ESOS INSTANTES DE TRANSICIÓN.




   Zaide, esos instantes de tarda transición, cuando el sol es una moneda áurea que rueda montañas abajo hasta perderse en su etéreo refugio, y las sombras amenazan pero todavía no son sino un quiero y no puedo, un esforzado intento nada más, tienen una solemnidad y una grandeza difícil de definir, salvo que, con la fuga del sol, un silencio venido de no sé donde, usurpa ese mágico espacio de claroscuros y fugaces lumbres avasallándolo todo. Callan los perros, ahogados en sus ladridos un rato antes, se diluyen los perfiles de la sierra, aun los más abruptos, y muy quedas y muy quedas, como un nimio latido del momento, suenan como de cristal las esquilas del ganado que, al igual que hace cientos de años, en miles de atardeceres, regresa a su rústica morada, en cualquier recogido lugar del campo. No hay estrellas todavía, sino una desmayada blancura, que parece impropia de la hora, porque, con todas sus veleidades, todavía es luz y no sombras. Cuando éstas, vestidas de un ropaje que es ya casi azul de agua del mar, arropadas por la augusta calma de la hora ganan espacio y densidad, todavía queda algo de la huella de un día, que ya no lo es. 


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