domingo, 11 de agosto de 2013

UN MOLINO PARA LOS AGOBIOS DEL MES




     En estos días de agosto, no hay más que sentarse a ver amanecer para cerciorarse de que las dentelladas de la noche al día son cada más hondas y prolongadas, algo que va haciendo mella en éste, rebajando su duración y luz, condenados siempre a ir juntos. 
      Si los días son más breves, también resultan mas angustiosos, con sus calores y todo eso, quizás debido al intento que ponen en concentrar, con el tiempo mermado ahora disponible, los mismos soles y fulgores de hace unas semanas. La gente, para librarse de toda esa explosión, más intensa que nuca, huyen despavorida a las playas; lo que no sabemos si es una buena idea, con tantos bloques en los talones, tanta marea humana y tan poco espacio para manejarse.
    Uno añoraría más, un bosque frondoso, una umbría de ramas y altas copas, el espejo de un arroyo cristalino de inmaculadas aguas. Tal vez un sueño menos hacedero, pero fantástico, sería como el que Daudet llevó a cabo, de ocupar lejos del mundanal alboroto, la placidez de un viejo molino, con un búho de gigantescos ojos sin cerrar, de ejemplar vecino. Lo de escribir interminables y poéticas cartas, cantando la vida rural y serena, no sé si sería compatible hoy con la redacción de E-mails, aunque tampoco eso afectaría en lo esencial a su lírico contenido, ni a un reposo que ya casi no existe en este atribulado mundo nuestro.



             

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