lunes, 19 de agosto de 2013

UNA DUDA QUE A TODOS NOS MATA



     En centenares de ocasiones, Zaide, cuando toca reflexión, que no eres de los que rehuyen cultivar el pensamiento, habrás constatado, contemplado bien el pausado transcurrir con que se mueven las noches y los días, volanderas hojas del paso mayor de las estaciones; o ya la medida hondura de los barrancos, surcados por infatigables torrentes, ancestrales peregrinos de un terreno en constante entrega, o no menos la augusta altivez de las montañas, que a tan a la mano tienes, que era innegable la existencia de algo superior, llamémosle Dios, llamémoslo Grandeza, o Supremo Misterio; pero en otras, seguro estoy amigo Zaide, que tornando la vista a las miserias de la vida, al llanto sin consuelo, sin remedio que provocaban las  enfermedades a los niños, al infierno de las guerras, a la inmensa crueldad de unos y otros, a la maldad e injusticias que por doquier acechan, que no cesan ni dan respiro, te dijiste: "No es posible que haya nada, que sea más que el hombre, que venga a remediarlo,  en ningún lugar. Sólo un azar de azares es el que ha insuflado luz a esta infame gota de agua, ignominia de todos los piélagos del Universo. Y pensaste: "Unos pocos, muy pocos, quieren creer en ese algo, más un sueño que una realidad; otros dicen creer, pero no creen; y a los más solo nos embarga una interminable y desesperanzada duda, una gigantesca e interminable duda, que nos zahiere y a todas horas nos mata".

 

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