domingo, 11 de marzo de 2012

PEQUEÑITA PAZ EN MI BALCÓN

                                                                       
     No tiene horas de llegada, aunque siempre escoge las no barridas por fuerte sol, cuando la tarde empieza su declive y se mezclan con desgana las sombras y las últimas luces del día. Ante de decidirse a escoger asiento momentáneo, juega primero al engaño por si alguien la estuviera siguiendo con no probadas  intenciones. Lo intenta en lo más alto de la baranda del balcón, como si quisiera fisgonear el interior de la casa. Luego planea sobre el tejadillo que se levanta bajo el balcón, iniciando un salto entre espacio y espacio que se diría un vuelo fallido, porque durante mínimos segundos, en el aire, aletea haciendo un ruido que, aunque aparatoso, amortigua la barrera de los cristales sin herirlos apenas.
       Lleva unas semanas viniendo. Desde hace menos, le espera mi mirada y mi persona dentro, con las que ha establecido una cierta familiaridad. Desde que se ha cerciorado que soy de fiar, ni siquiera se asusta del pronunciado objetivo de mi cámara cuando intento retratarla, ni de sus giros proyectándolo para captarla. Hierática inmovilidad la suya, si sólo se mira al gris de sus plumas, con engastes de blanco y negras bandas cruzándola. Constante agitación en sus ojos, dos monedas de a poco, relucientes, y en su cuello y albor de su diminuta cabeza que agita como sacudidos por un mecanismo de intermitentes chispazos.
      También yo miro con curiosidad a un animal en el que se ha simbolizado la paz, una paz que nunca ha conocido el mundo. Como privilegiado que soy en ese aspecto, la miro gozando de la tranquilidad  y quietud momento; si  pensar en nada, sin prisas, hasta que quiera irse, como si de ello dependiera esa paz que difícilmente contemplará jamás,  en su universalidad la tierra.
   

No hay comentarios:

Publicar un comentario