sábado, 24 de marzo de 2012

ESTA LLUVIA QUE CAE SIN APENAS GANAS


    Hemos clamado tanto por la lluvia, tan reacia este año a visitarnos, como si se tratara de parientes enemistados, que la imperceptible que cae, casi invisible, diminuta, mínima humedad de unos cielos amenazantes, pero desganados a la hora de aliviar la tierra sedienta y sólo palpable en la huella que deja en las calles, oscureciendo el gris de aceras y calzadas, nos alegra el ánimo, pero sin calmarlo, dejándonos un regusto de insatisfacción igual al que nos produce un acontecimiento deseado, pero que, al final, después de tanta espera e ilusiones, nos decepciona. 
   Aunque seamos enemigos de extremismos, uno invocaría ahora la presencia de esos aguaceros de antaño, corriendo desmadrados por las cuestas de nuestra ciudad, no subiéndolas, claro, que eso sería mucho pedir, sino bajándolas camino del río para engordarlo; rompiendo con fuerza en tejados,  rebosando canalones, pesando en los paraguas, deslizándose y recorriendo mil caminos en los cristales de nuestras ventanas y balcones, brindando con su frenético son por una primavera que haría próspera a otras estaciones. Al final uno piensa que la inconformidad es uno de los humanos vicios y que mejor sería dar la bienvenida a lo que nos regalan esas nubes, tan compactas, tan uniformes, tan similares y serenas.   

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