jueves, 22 de marzo de 2012

LA PERDIDA DIVERSIDAD DE NUESTROS PUEBLOS

                                                                       

       Con excelente atmósfera, aunque ésta, haciendo caso omiso al calendario, no nos ha dejado durante meses, hay algo que por estas fechas poco años falla: es esa nimia disputa que mantienen las brisas, una cuasi gélida, otra cuasi ardiente, alternándose, en la que, a no tardar, acaba por imponerse la más cálida, la que ya no nos dejará durante unos largos meses. 
      Con la buena faz del tiempo, al menos en teoría, estableciéndose en  campos y pueblos, estos últimos, muchos de ellos, aprovechan para celebrar fiestas, no las tradicionales, pero que puedan atraer gente a sus calles y dejar algún dinero. Son iniciativas que uno comparte; primero, porque es un placer inigualable, pasear, todavía, por ese primoroso conjunto de apiñadas casas y calles dormidas al sol que resbala de las montañas cercanas; segundo, porque ahora que Andalucía va perdiendo su diversidad (todos bailamos sevillanas, todos vamos al Rocío, todos bailamos al son que nos tocan la masa, y ¡ay! del que se desvíe) nos alegra conocer las diferencias existentes que, mucho más que aquellas repetidas estampas, nos unió siempre.
        Estos pueblos cercanos a Cádiz, Grazalema, Villaluenga, Ubrique, El Gastor, por citar no todos los del área serrana, tuvieron infinidad de cosas comunes con el nuestro. Nos alegra en cualquier caso que, uno de ellos, el de Villaluega, quiera mostrar la riqueza y delicia de sus quesos y, de paso, esos rebaños de cabras que entre el son de esquilas hace no tanto merodearon por nuestra niñez y nuestros riscos. ¡Que haya suerte!

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