lunes, 25 de abril de 2011

EXILIOS QUE HACEN HISTORIA

                                                                                                                                                                                                  

          La adversa climatología de estos días y de enclaustramiento para los que no hemos querido compartir, por diversos motivos,  la humedad de las calles y el trasiego de visitantes, ha contado con un lado amable, como siempre es el refugiarnos en la lectura. He leído con fruición El Tiempo entre Costuras, de María Dueñas, bien hilvanada la ficción y con un marco real histórico asentado en los albores de nuestra funesta Guerra Civil y  primeros años de la posguerra. También, en cierto modo, dentro de este panorama de penurias y dolores, algo nos toca en la novela, ya que recuerda, a los que no teníamos conocimiento de ello, el exilio que sufrió en Ronda, por esos años, Juan Luis Beigveder y Atienza, ministro de asuntos exteriores de Franco, de 1939 a 1940.
          Es digno de un estudio serio, la de personajes que los gobiernos de todas las épocas nos han pasaportado para estas tierras. Así en un recuento rápido, etiquetados con idéntico castigo del exilio, nos llegaron, en las iniciales décadas del XIX, Juan Escoiquiz, preceptor y ministro de gracia y justicia de Fernando VII, y en las finales, a Antonio Luis Carrión, destacado periodista y poeta. Le seguirían el mencionado Beigveder y Dionisio Ridruejo. Exilios dorados, todos ellos, a tenor con la categoría de quienes lo padecían, por nombrarlo de alguna manera, y de los que, casi todos, sacaron frutos adicionales para sus obras y memorias.
          De todo ello una sola cosa me intriga: ¿con tan malos ojos miraban estas tierras, tan insufribles y detestables eran a sus ojos, como para sólo considerarlas buenas para prisión y destierro? Si nos detenemos a pensar, desde luego, el despectivo concepto en que nos tenían  cuadra a la perfección con el abandono sufrido  durante siglos y la atención y ayuda recibida, en un inmemorial olvido que no ha acabado aún. ¡Qué se la va a hacer! 

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