domingo, 12 de julio de 2015

DIFUSA LUZ DE ESTIVAL AMANECER



     A la difusa luz del amanecer, más que nunca en estas fechas estivales, nuestra ciudad adquiere perfiles de cosa ideal. Oculta imperfecciones con las que la fuimos vejando, a ella que casi alcanzaba la perfección de soñado lugar donde vivir, y recobra un poco con esa atmósfera el estar y el no estar, de mágica aparición que amenaza con desvanecerse al primer latido, a la inexperta primera pisada del día.
       Una tenue pero reconfortante brisa, que sube tenaz de la entrañas del abismo, donde se desmayan las aguas del río, brincando de risco en risco, asume galones de innovadoras mudanzas. Dura, apenas nada, ni un suspiro. Más un deseo que una realidad, que, en presurosos instantes, agosta, hace añicos,  otra luz más cargada de albas claridades, más enérgica, más destructora de sueños. Apabulla a cuanto antes hubo de misterio y de poesía, en ese enormemente perezoso despertar de la mañana, del día que, ahora, se toma su tiempo para asentar sus alborotos y prisas, sus más imponentes fuegos.

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