domingo, 6 de mayo de 2012

UN PARLAMENTO EN EL AUTOBÚS

                                                         

       
         Atreverse a dar con nuestras gastadas humanidades  en uno de esos autobuses que deambulan por las carreteras de la provincia, -a las que con las nuevas leyes y planes de ahorro gubernamentales cada día más obligados estamos a recorrer, porque al paso que vamos no sólo de los juzgados sino de hasta los ayuntamientos nos van a desposeer-   casi podría calificarse de temeridad, por muchas razones que  no ignoran los que los suelen usarlos con una santa y resignada paciencia, que no es para describir: revueltas tras revueltas, baches, desniveles y horas intempestivas o nefastas para gestionar cualquier cosa, y es que, también por el ahorro, desaparecen de los horarios de las líneas tradicionales, Amarillos, Portillos y otros, los que salían de toda la vida en horas decentes.
          Como las curvas son el pan nuestro de cada día por estos caminos sin desbrozar y el mareo está presto a atacar, todos los usuarios del mastodonte que nos transporta, más largura y menos espacio entre asientos, nos apretujamos en las primeras hileras. Alguna nota impresa indica la prohibición expresa de hablar con el conductor, pero es él el que no para de hacerlo y estimular la charla con los demás, que como está prohibido se mueren por pegar la hebra. Ésta en toda la longitud del tupido ovillo, se desliza por los males y virtudes de una España en plena quiebra y dispuesta a resucitar dictadores de un pasado para no recordar y a fustigar a los de ahora. A uno, sin ninguna ganas de intervenir, ¡Dios nos libre!, y  mucho obligado a oír, le llegan cosas cómo éstas:

   -Se murió Franco y hemos resucitado a mil Francos.

   -Franco no era malo, es que no se enteraba de lo que pasaba.

   -El Rey es el peor de todos.

   -Aquí todos van a llenarse los bolsillos.
 
   -Los del congreso son todos unos mierdas que no hacen sino pelearse entre ellos.

   -Hay que ver cómo viven los políticos. Yo me fijo en los zapatos, tan caros que no se ven ni en los escaparates.

     - Al Bretón ese, el de lo niños, que me lo dejen a mi en una habitación, no lo iba a matar, pero se iba a enterar...

   
         



          


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