miércoles, 19 de enero de 2011

Mi calle

   Parodiando la conocida letrilla, diría que "mi calle ya no es mi calle, sino una calle cualquiera camino de cualquier parte". Una pena que las cosas que nos rodean, destinadas a sernos agradable la vida, empeoren y no mejoren. Aquí llegó mi familia cuando no se le podía dar nombre de calle al lugar, ya que fue la primer vivienda, la nuestra, que se asentó. Era un lugar con la belleza de lo salvaje, de lo natural, lleno de rocas, muchas dejando ver restos de fosiles inscrustados en su superficie, y un nombre que proclamaba bien a las claras su estado de siempre "Espinillos"; también era un puerto,por lo encumbrado, con el corazón de Ronda a sus pies, y no por el recuerdo de cuando las aguas del mar se enseñoreaban de nuestro planeta.
   Fue después, a la par que me hacía mayor, un disfrute verla crecer, con la llegada de nuevos vecinos. Tardó algún tiempo en que dos hileras de casitas enfrentadas proclamaran el nacimiento defintivo de una nueva calle, aunque algo màs su trazado y su incorporación oficial al urbanismo.
   La construcción de nuevas viviendas, a la espalda por donde se abría paso la ciudad en busca de nuevos asentamientos, llenaba el patio de mi casa, en ocasiones, del zumbido de los barrenos y de piedras que lanzaban al aire estos.
   Hubo unos años en que era una delicia vivir aquí, sin ruidos, sin coches, con árboles que sí, que levantaban las incipientes aceras, pero que daban sombra y cobijo a los pájaros y a sus cantos y una sensación de estar en el campo y en Ronda a la vez.
   Ahora no sólo la piqueta voraz ha derribado varios chalets para edificar pisos, feos siempre, sobre todo si rompen con la armonía de lo que existía, sino que la calle se ve atenazada por un abandono creciente: hay más postes de la luz,abandonados, tan horribles, que farolas; éstas encienden cuando quieren o le mandan; la calzada agrietada; para encontrar un paso de peatones que te permita cruzar, porque no paran de pasar coches, hay que desplazarse al último extremo de la calle, donde existe uno; las aceras cada una de su padre y de su madre; de un árbol cortado ha quedado un énorme tocón; una papelera que hace unos meses destrozó un vándalo, no ha vuelto a colocarse, en fin... Un consuelo que, todavía, desde mi balcón se puedan contemplar las montañas y por la tarde las puestas de sol, transformando y arreglando estas por un momento lo que los hombres han dañado; pero son sólos unos instantes, por desgracia.

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