lunes, 11 de noviembre de 2019

VIAJEROS DE OTROS TIEMPOS

            A tenor de un otoño que penetra con cierta morosidad y su abigarrada cohorte de elementos en los que manda, disminuye esa legión de visitantes foráneos, un torrente en el que los orientales constituyen el mayor flujo. En este aspecto cabría preguntarse, si un turismo que, entendemos, deja más basura que beneficios, que solo mira y nada compra, no habría que buscarle otro enfoque para que algo más quedara en las arcas de la ciudad.
            Sin querer inmiscuirnos en temas que en su desarrollo incumbe a otros, sí que nos gustaría, por el contraste que supone, adentrarnos en tiempos pretéritos, en siglos que ya son historias, para detenernos en visitantes de otros tiempos. No solo los libros que con su experiencia del viaje redactaron, sino también los periódicos extranjeros con textos abundantes y prolijos, nos permiten conocer el cuidado especial, la libertad y la manera como los antiguos extranjeros entendían el viaje hasta hacer de él una experiencia casi mística, una catarsis.
            Al que nos referimos, con el nombre de El corazón de la Sierra,  se publicó en abril de 1872, en el diario inglés The Star, de Guernsey, e ilustraciones del mismo viajero, al que de entrada nos dice que hay tanto que ver en el mundo, que casi muere con la pena de no ver cumplido uno de sus sueños: perderse por tierras rondeñas, algo que ahora, con 43 años, realiza. Se felicita, porque la mudanza de los tiempos y la llegada del ferrocarril, el de la línea Málaga-Cordoba, unos años antes, y su parada en Gobantes, haga bastante más cómoda la llegada a Ronda, por esta parte, admitiendo vehículos de ruedas, que hasta ella llevan.
            Es un trayecto, sin embargo, que para cubrirlo, saliendo de Málaga, muy de mañana, a las 7, se emplea unas once horas, para alcanzar Ronda, sobre las 6 de la tarde. Y eso que la diligencia vuela más que marcha, cambiando de mulas en varias ocasiones, y con un ayudante al lado del conductor, que provisto de una especie de garrote de gran longitud, se encarga de ir despejando el camino de objetos que lo lastran. Muchos olivos, y pocas viviendas, a no ser las diminutas de los peones camineros y pueblos que como Campillos o Teba, apenas dejan ver el raudo bamboleo del vehículo.
            Se aloja en el hotel Rondeño, “un verdadero palacio con algunas de sus habitaciones usadas como casino” y que con fervor recomienda. Pero puesto a probarlo todo, también se hospeda en la Posada de las Ánimas. Lugar misterioso, con algo de templo primitivo y las ánimas revoleteando en espera de su redención. Piedras afiladas como las de la calle en sus dependencias. Y como en tan extraño lugar todo es posible, a un burro que ha perdido a su madre han prohijado los dueños, e, igualmente como amo de la casa anda el animal, metiendo los hocicos a su libre albedrío donde le place, en ollas, calderos y en los mismos manteles de los huéspedes, arrieros los más. Un letrero, bien a la vista, en la puerta, da cuenta de que la posada fue abierta en 1687. Encima una pintura de la Virgen, rescata “pequeñas cosas rojas, como salamandras, mientras extiende sus brazos desnudos por entre las llamas, hacia ellas”.
            Lapidaria, pero muy expresiva, es la frase que emplea el desconocido viajero para referirse a nuestra ciudad: “Es imposible describir cómo es y no sencillo decir lo que es”. Para darse una ligera idea de ella, hay que recurrir no a una sola ciudad, sino a varias renombradas, símbolos de belleza natural y arquitectónica,  Orvieto y Tivoli o Terni,  entre ellas. Ante la rumorosa majestad, profundidad y solemnidad del Tajo, y el agua cayendo en impolutas cataratas por el Puente, o de arroyos que se cuelan por las múltiples hendiduras “para arremeter contra el río”, se queda sin palabras.
            Su primera mirada a la Alameda, es de desolación, porque unos bárbaros, “los de la corporación”, dice, han derribado unos “soberbios” árboles centenarios, que yacen abatidos en el suelo. Soslayada queda esa escena por la imponente visión que se le ofrece desde los balcones que, a punto de despeñarse, brincan ante un horizonte sin límites. Un panorama, que, para buscar alguna similitud, podría hablarse del que se contempla subiendo a lo más empinado de las catedrales construidas por el genio de Berni. Un panorama de montaña, tan impresionante como el suizo de Oberland, pero distinto, con multiformes sierras, en las que se aprietan dulces cañadas, verdes colinas, huertas y doradas cosechas en agraz.  
            Una ciudad bendecida por una naturaleza tan sublime, escribe, tiene numerosos rincones dignos de una visita, pero él se queda con lo que no admite comparación con nada, aunque, para dar a comprender algo, se las busque: el abismo, el indescriptible paisaje desde la Alameda.
            También recuerda, que es Ronda una ciudad silenciosa, de rumores. Mucho de eso desaparece en Mayo, en su feria, cuando son multitudes las que acuden, de aquí y allá, de Andalucía y de más arriba, de toda España en realidad.
            Para más constancia de su estancia, inserta en el texto algunos dibujos, varios, media docena, una pequeña galería de tipos y escenarios, a los que pertenecen los dos que hemos escogidos.

RONDA SEMANAL

             

No hay comentarios:

Publicar un comentario