martes, 5 de noviembre de 2019

UN TRASNOCHADO PROCESO A LOS LIBROS

            Al encabritado galopar de los tiempos no hay razón que se le  oponga, ni objeto o concepto que no acabe mudando su esencia, o la idea que teníamos de ellos, y a los que, ese persistente cabalgar, acabe erosionando en su pretendida y ancestral consistencia.
            A cuenta viene ahora, de historias que envuelve a los libros desde su nacimiento, como entes inanimados, pero no por ello con menos capacidad de acaparar en su seno inquinas, odios y de verse sometidos a persecuciones, a hogueras purificadoras con las que, en no importa qué épocas, material o metafóricamente se intentaba ahogar, exterminar, como si ello fuera posible, el pensamiento humano, su arbitrio.
            Ese misma mal empleada libertad de decidir o de acatar órdenes, se encargaba de determinar qué obras merecían por su contenido ser aniquiladas y cuáles no, en juicios en los que tanto primaba la opinión propia del inquisidor de turno como la ideología gobernante.
            Con caracteres de ficción, pero con elementos muy enlazados en el intríngulis de esas piras, en las que se consumían sin remedio el alma individual de los libros, cabe recordar el cervantino proceso a que somete el cura, con su acólito Maese Nicolás, el barbero, a los de la bien poblada biblioteca de Alonso Quijano, con el pretexto de que ponían en peligro, más de lo que ya se hallaba la trastornada mente de su dueño. Una excusa más que añadir a las que, de todo tipo, sirvieron para prender, en cualquier lugar y hora, las fogatas inquisidoras en que ardían sin remisión los inquilinos de las heterodoxas bibliotecas mundanas.
            Lo que nosotros estábamos lejos de imaginar hace años, es que ese tiempo tan esquivo y voluble nos pusiera en el ingrato papel de actuar de verdugos de libros; mejor, si se prefiere, de expulsarlos del hogar que tuvieron durante toda una vida, la nuestra,  de las estanterías domésticas, donde reposaban, se exhibían con cierta pudorosa quietud y mansedumbre, en espera de un humano contacto.
            Será la vorágine del desbocado transcurrir en que más que nunca nos movemos, o de ese despiadado avance de la técnica, devorando en unos instantes lo que antes costaba siglos, pero lo cierto es que su devastador paso perceptible es en el número de víctimas que va dejando. También ha dejado su fatídica huella en los libros, en un buen número de ellos que, nos dicen, sin sentido están por los continuos cambios; que lo que cuentan sus páginas ya no es verdad; que nuevas medidas, nuevas naciones, nuevas separaciones y adiciones han dado al traste con la que ya existía.
            Y ahí estamos, sicario de los tiempos y las modas,  juez sin toga, para con el corazón en un puño, decidiendo qué enciclopedia, de las diversas que alberga nuestra biblioteca, qué manual, qué atlas, qué renombrado Espasa, de los que nos dieron conocimientos en píldoras o en brazadas, son los que por mor de esa tiranía que nos impone el desbocado caminar de los tiempos tendremos que abandonar, que desalojar, que expulsar, en una tarea que nos parte el alma, y con la duda de si  tiene algún sentido lo que hacemos; y si en un porvenir, nunca predecible, por circunstancias que pueden que ocurran, una catástrofe de las modernas tecnologías, un Farenheit a sus cableadas entrañas, que nunca se sabe, no solo echaremos de menos a esos volúmenes que fueron nuestros amigos  y maestros, sino que sin otro sostén que  mantenga vivo su contenido, habremos de, muy a escondidas,  a los pocos que resistan al cataclismo, aprenderlos de memoria, para que algo quede.

SUR DE AYER   
            


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