domingo, 8 de enero de 2017

DOMINGO DE ENERO

      Ese abrigo de armiño con que se ha despertado la aurora, no solo ha dejado su frágil huella en vehículos y tejados sino que, también, un poco blanquecino, blanducho, nuestro ánimo,  poco firme, presto siempre a doblegarse a la menor tormenta. Y es que tras ese desmesurado derroche de dinero y de alegría a que tantas fiestas obliga, no es extraño que punzadas de tristeza venga a ocupar el lugar donde antes hubo licores, salvas, platos a rebosar y la tonta idea de que nuestro mundo navega por un océano de delicias e infinitos dulzores, donde la tristeza y el dolor no tiene sitio.
      Retomar el perdido rumbo, el de nuestra sagrada rutina, nos costará no tanto como sudor y lágrimas, pero sí un mucho de desconcierto. Y, diríamos que algo a la deriva anda también la mañana, con soles que apenas calientan y nubes que no son nubes sino estilizadas tiras que por los cielos merodean, buscando un lugar donde agruparse, para ser más; con música de acordeones perdidos y notas que si no son quejas tampoco alegran. Y dubitativos están palomas y gorriones, unas porque los que las alimentan, recuperándose de jolgorios y comilonas en blandos lechos y pesados sueños sumergidos están, y los otros porque no saben cómo desprenderse de ese frío que los aturde y los empuja a no estarse un minuto quietos, de rama en rama, de vuelo en vuelo. Para estar estrenando año y ser enero y, aunque con poca fuerza brillar el sol, no mucho, a nosotros, confundidos, nos ha dado la invernal mañana, no sabemos a los demás. 

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