miércoles, 25 de enero de 2017



      DESPUÉS DE LA BATALLA

             De las de la naturaleza, me refiero, que de las otras, de las que llaman a compasión a las víctimas y de ira hacia los que las provocan, más vale no pensar, si es que se quiere conciliar con cierta calma el sueño.
            De la que librara la naturaleza por estas tierras hace unos días, vistiendo de fiesta, sin serlo, a cañadas, colinas, senderos, viviendas y rincones, nada más que queda ahora un resto, pregonando la fugacidad y declive de nosotros mismos y de cuanto nos rodea; de lo que ayer fue prodigio y hoy es ruina, pues solo se mantienen algunos montones arrinconados aquí y allá de nieve sucia, negruzca, de tan blanca como era, como una virgen que de mala manera perdiera su pureza y con ella se extinguiera su candorosa belleza. Bueno, me expreso no muy acertadamente, porque si es verdad que lo que quedaba de níveo ropaje se ha refugiado en su tarda huida muy lejos de zonas habitables, en pos del vértigo de las magnas alturas serranas y de ese silencio que, perennemente, dormita en sus augustas cumbres, sin embargo,  antes, con una invisible huella ha salpicado de brillos inauditos, con algodonosos vapores, como restos de fogatas, al horizonte y, por ende, al paisaje más cercano, ahíto con su inesperado riego de promesas de venturas y granadas cosechas.


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