sábado, 12 de diciembre de 2015

JUVENTUD, GALANURA, PÉTREA ETERNIDAD


      No cede ni un ápice en su serenidad el buen tiempo, y sus efluvios dejan en nuestra retinas escenas que no siempre son posibles admirar. El paternal espacio del Tajo, un edén de sorpresas y florituras, y el primero en ofrecer a cada instante delicados manjares a nuestro espíritu, de manos de ese hábil sastre que es el otoño, cambiado ha de vestiduras. Y aunque todas y en todas las estaciones le sientan a las mil maravillas, de estimar y loar son las presentes. Algún extranjero dijo, estableciendo comparaciones, que en el vértigo de las alturas y hondones alpinos, todo era un caos de piedras y rocas sin sentido, pero que aquí, en la redondez de nuestro rondeño abismo, las peñas, cada roca, cada mole, cada canto, se ajustaba a las doradas paredes de su entorno y aun las esparcidas por el fondo, siguiendo un orden en el que solo reinaba la perfección y el equilibrio más estudiado, magna obra de arte de la naturaleza.
           De ese orden, en esa perfección, sin trastocarla ni una migaja, entre fisuras, cavernas, paredes y curso callado del río, penden ahora coronas de fronda, de gualda acento unas, de proclive verde otras; coloreadas y luengas barbas que son un primor de contemplar y que en cierto modo vienen a contar, calladamente, la ancianidad mil veces milenarias de una senectud que en él, en el angosto y 

  

vasto Tajo, no es más que juventud, galanura y pétrea eternidad, porque ahí seguirá con sus honduras y quebrados meandros cuando los demás no estemos. 

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