martes, 5 de mayo de 2015

UN MOLINO HARINERO EN LA SERRANÍA.



       Sería mucho pedir a estas alturas de la vida, cuando nada es lo que fue, pero como Daudet, ahora que pocos o ninguno quedan, uno daría un mundo por ser el dueño de un molino harinero abandonado; no para moler el grano, como durante siglos hiciera, sino como refugio de trasiegos y caminatas por el valle, por laderas y collados. Y en su interior, acabada la placidez de aquéllas, medrar de su soledad y silencio mientras  la tarde, cárdena, desfallece, y el rumor del río, en el silencio, es como un silbido de atención, como si anunciara que la luz se escapa y el día fenece. Y meditar sin pensar en nada y escribir de todo sin saber de nada. A divisar se acierta por una oquedad 


en el muro, que es una ojiva de eternidad, muy alto, entre una espesura que ya no es verde, la estela, un fogonazo en las cumbres, de un pueblo, que ya no es sino translúcido ópalo: es también una pizca de somnolienta eternidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario