martes, 23 de septiembre de 2014

SENTADO A VER LLOVER


     Llevábamos tantos meses por estos lares sin oír el acompasado toc-toc, la canción adormecedora del agua precipitándose desde las alturas sobre la ciudad y su sediento suelo, que es con algo de ansiedad incontenible, de tener otra vez entre las manos algo querido que nos habían hurtado, que uno se sienta sin hacer nada, ni pretenderlo, con otro ánimo que no sea el de sentirse enfervorizado espectador de ese desprestigiado espectáculo que es ver llover. Y es que antaño, no sé ahora precisar cuánto tiempo atrás, sí recuerdo que el santo televisor no era el mandamás de la casa, ni el pseudo ahuyentador de nuestro tedio, certeza era en cuanto el agua, tempranera o perezosa, pasados los fuegos del estío, o ya en pleno invierno, fluía redentora, feraz, latente promesa de floraciones y cosechas en ciernes, que miríadas de rostros, niños y mayores, absortos, de pie o acomodados en sillas, junto a las ventanas, dejáramos pasar el tiempo viéndola caer. Es lo que hago ahora, con la ilusión de entonces, mientras el agua forma nimios arroyos junto a las aceras, que más que correr, parecen manar de un asfalto que, a la más mínima tregua que dan los cielos, acaban convertidos en una hoguera de húmedos brillos y luminarias, en letra pequeña de esa irrepetible melodía que componen  hoy, para quien quiera escucharla, los cielos.

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