miércoles, 3 de septiembre de 2014

LA CULPA ES DEL CALOR



     El mal hábito que tenemos los humanos de culpar a otros de nuestros desvaríos, por pequeños que sean estos, y no cargar con nuestras faltas, como si estuviéramos exentas de ellas, como si fuéramos espíritus puros a los que no puede tocar el pecado, es el que ahora le hace a uno descargar esta desgana que nos acomete, (de no hacer nada, de no querer nada, de sentarse y mirar, sin mirar, ni ver, con la mirada perdida a ningún lado concreto) achacándosela al calor reinante, extremado desde luego, agobiante, pero al fin y al cabo propio de un verano al que todavía quedan unos días de incordiar a los que preferimos que nos fustigue el frío y no el calor en el rostro. Y no somos los únicos a los que este calor de mil demonios acogota, pues en todo el día han callado los pájaros, y curioso que ellos, siempre pendientes de los rayos del astro rey para moverse y entonar sus joviales trinos, también lleguen a temerlos. No así una abeja a la que, pese a lo dicho, ha logrado atraer mi atención; revoletea sin parar libando lo que puede de cada adormecida florecilla del jazmín, con una celeridad que asombra; va de una en otra blanca estrella, en ese cielo de verdor y febles ramas,  como si se le agotara el tiempo, como si alguien le apremiara a cumplir con una labor que parece no acabar nunca, pero tampoco molestarla, porque ahí sigue afanándose en su febril tarea como si nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario