miércoles, 9 de abril de 2014

CONTAR ESTRELLAS ES DE DIOSES



    En mis febles luces de brizna que perpleja por el universo vaga, intuyo, Zaide, que, en sus eternidades de asueto, los dioses matan el tedio jugando a contar estrellas, su número justo, ni una más, ni una menos, completa adición de la que ni la más timorata o díscola escapa. Dada la omnisciencia de aquéllos, la tarea se supone la mar de sencilla, un divertimiento propio de oníricos titanes sin ningún tipo de obstáculos para ellos que todo lo saben y pueden.
    Para nosotros, ni siquiera cabe un fatuo intento de imitación, que podría, si nos obcecamos, en mover sin retorno alguno, antes de tiempo y razón, el medido ajuste de las piezas de nuestro juicio. Puedo asegurarte, que no existen cábalas, por muy certeras que sean, ni esotéricos sistemas fiables, ni métodos tecnológicos que ayudarte puedan en esa ingente locura del recuento de estrellas. Ni aun viviendo mil vidas, olvidando del todo al día, enlazando noche con noche, cabalgando como posesos de hemisferio en hemisferio, en un inacabable ir y volver, sin hacer otra cosa, nada conseguirías.
   Te propongo, para algo calmar tu sed de aprehender magnitudes que medidas no tienen, un  ejercicio que si no es el inalcanzable, el pretencioso, de contar astros, un hermoso sustituto sería. En la calma augusta de las nocturnas sombras, mejor si el silencio impera, elige una parcela de cielo.  A diestra o a siniestra, es lo de menos. No muy extensa ni muy henchida de estrellas para que un mínimo dominio visual ejerzas. Te recomiendo no te extralimites en eso de la elección de la celeste superficie, por lo dicho y porque por pequeña que sea, relucirán cegadoras, como áureos doblones medievales centenares de estrellas. Fija luego tu atención, con gran cuidado, en quince, veinte, treinta lo más de ellas. No es una lista cerrada, pero a esta habrás de aplicar la función del cuentagotas.
     Lo más peliagudo es el principio: tratar de, muy poco a poco, sin premuras, colocar la imagen de los tuyos, una a una, con harto celo desde luego, en cada estrella, la de la familia, también la de los fallecidos, y la de los contados amigos. Será cuestión de semanas, puede que de meses porque ardua es la tarea, dependiendo de las horas y el fervor que le dediques. También habrás de tener en cuenta la duración de la noche y, cómo no, tu voluntad para echar paladas al sueño. Pero a la larga, con una satisfacción y una paz a tu vera que no es para contar, y ya con escaso esfuerzo adicional, será una gloria, esta sí que divina,  cada noche, nada más atardecer, con luces y colores de éste que furtivos se han aposentado en las estrellas, ver aparecer en tu parcela estrellada, en la faz de tus estrellas, la de tus padres, la  de tus abuelos, la de la madre de tus hijos, las de tus hijos y de los hijos de tus hijos, componiendo un milagroso friso, que es y no es de este mundo y que, en cierto modo,  te hará, aparte de tener presente a todos los que amas, a todos los que te aman y amaron, no perder la esperanza de un encuentro por allá, alguna vez, por impensables lugares y soñados cielos.

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