sábado, 9 de noviembre de 2013

VACÍA DE VISITANTES LA CIUDAD ES MÁS NUESTRA




     Se ve que aunque los días son bonancibles, más aún de lo que nadie se pueda imaginar, la proximidad del invierno ha hecho recapacitar a muchos visitantes; tal vez porque de donde vienen, es un hecho ya los fríos glaciales, los horizontes sombríos y las incesantes aguas, y cuesta un mundo dejar el calorcillo y la familiaridad de las almenas del hogar. Si lo piensas, Zaide, te cerciorarás que la ciudad, vacía de viajeros, es más nuestra que con éstos y que algo de esa posesión que ahora tenemos quedaba en manos de ellos, como usurpando sus miradas a las nuestras, sus pasos y paseos a los de los nativos. Y no es que nos importara en demasía, traen vida, pregones y aires de otras tierras, lo que siempre es bueno, Sin embargo, para la contemplación, casi mística, con su soledad y siglos a cuestas, la ciudad y sus campos son ahora una bendición permanente que llama a voces al espíritu, a la paz interior, como si ésta, tan resquebrajada siempre, no se fuera a extraviar ya nunca por esos vericuetos del infortunio. y la pesadumbre.
      Mágica, milagrosa pócima constituye, si te fijas, ese montaraz escenario, al que, como a las faldas maternales el niño, se acoge nuestra ciudad, presa en un hálito de quietud y eternidad. En ella, son más luengos y claros los senderos; más uniforme la formación de los olivos, más templados por la pincelada de la estación los castaños y los álamos. Un distinto albor se refugia en las menudas viviendas,  más esbeltez en alguna torre sin edad y más arabesco en el humo de esa hoguera sin dueño. Por un momento, fugaz, hasta podría uno creerse para siempre parte de ese paisaje, de ese calmado sueño de luz y quietud, sin igual.
         
      

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