viernes, 29 de noviembre de 2013

PROLIFERAN BALDÍOS



   Sin prisas, ni negocios en puertas, que no son para nosotros, esta mañana, con la silueta de la ciudad desdibujada por tropas de zarzas, malezas y una obcecada bruma otoñal, hacíamos cuenta de lo que la tierra que ganábamos, a un lado y a otro nos ofrecía. Proliferaban baldíos, bardas y cartelones en las entradas, con prohibiciones de no adentrarse en cercadas propiedades. Ilusos de nosotros, donde imperaban veladas amenazas, leíamos lastimosas súplicas a tantos desmanes como cuatro lapidarias letras vociferaban:

      "No tales al árbol que da fruto y sombra, que si tú no las necesitas, a alguien les será de gran utilidad".
    "No detengas ni lleves a tu acequia, el agua del manantial, desviando un curso de antaño establecido, porque su provecho es de muchos".
       "No protejas con alambradas de espinos, ni cerques con altos muros, un campo que siempre fue del común".
       "Ese camino que ahora te adjudicas, fue de arrieros, pastores y caminantes, y ahora a ningún lado conduce sino a tu casa, a tu ambición".
       "No emponzoñes la tierra para dar muerte a los animales, que no son tan dañinos como piensas y alterarás, además, un orden que, con largura, beneficia a tí y a tu prójimo".
        "Si no roturas la tierra, deja al menos que otros lo hagan; estarás con ello sacándole un provecho y dandole de comer al que ni trabajo, ni nada tiene".

         Son desahogos del alma, Zaide, que a nada llevan; pero no lo tomes a mal si te digo que, por días, lo poco que a los pobres les daba sustento y les pertenecía: el campo como sustento, para desgracias de todos, cambió de dueño y de destino.

         

        



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