miércoles, 31 de julio de 2013

CUANDO NO ACUDE EL SUEÑO.



     Con velocidad inusitada, meteórica, transcurren los años, sin que seamos conscientes de esa celeridad, salvo cuando ya nos abruman tanto como para considerarnos viejos, en el pleno y noble sentido de la palabra, nunca peyorativo. Un cierto aviso de la edad que paseamos ya por el mundo, por muy notable que sea  el estado de nuestra salud, es que dormimos menos que solíamos, que el sueño tarda en acudir y pronto se retira, que parte de la noche la velamos con ojos abiertos, y, en fin que un cambio radical acaba de abrirse, para no cerrarse ya, en nuestros hábitos nocturnos.
        
    Sin embargo, creemos, que hay un aspecto desconocido en todo ese, llamémosle, trastorno circunstancial, que no es lo que parece, si se tiene el ánimo para recapacitar y no considerarlo una rémora, sino una segura compensación, que traduciríamos por a menos años de vida, más vida real que vivir, menos estéril modorra, más horas para pensar, leer, estudiar, escribir, que es lo que hacemos sin sentir nostalgia de otros tiempos, en lo que a ese estado de carencia se refiere.

 

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