sábado, 9 de febrero de 2013

GÉLIDA MAÑANA ÉSTA.





     Gélida mañana ésta, de un febrero empecinado en sus comienzos en cortarnos el aliento con el punzón de sus heladas. Desde el interior de las viviendas los cielos son engañosos, ya que un sol que parece envolverlo todo, como los océanos a los ríos cuando llegan a sus dominios, en realidad no son más que marionetas de suelos en los que dominan copiosas escarchas que se apañan, además, sin ayuda de ningún otro elemento, para levantar brisas que le son afines, pero que hieren con saña faces y órganos al descubierto.

      También hieren situaciones que no son tan pasajeras como las de la naturaleza: el imperio de los bancos, el impudor de la mayoría de los gobernantes para justificar sus lacras, la impotencia de la juventud o de los campesinos a los que se les exige con incomprensible dureza un número de jornadas para tener acceso a una miseria de limosna, los recortes, donde más duelen, y donde puede saltar la chispa -en sanidad o enseñanza-, que lo anegue todo el día menos pensado.

      Para cambiar por unos minutos esa triste melodía que no tiene visos de parar, demos marcha atrás en el tiempo y recordemos que por estas fechas, hace un centenar de años, abandonó Rilke nuestra ciudad. A él, que siempre vivía un poco de la generosidad de los demás, probablemente se le acabó la del  mecenas de turno; o tal vez un frío de mil demonios, como el que sopla hoy, le volvió a la realidad de su mundo viajero, al que se incorporaba otra vez con las alforjas llenas hasta arriba de ideas, de su bien aprovechada estancia rondeña.


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