martes, 1 de enero de 2013

¡HA MUERTO EL REY! ¡VIVA EL REY!





     ¡Ha muerto el rey! ¡Viva el rey! Claro, que no se trata de que haya ocurrido ningún fatal desenlace por enfermedad o magnicidio de algún monarca de los que todavía quedan por ese vasto mundo,  y sólo nos referimos, por fortuna, al paso fugaz de los días que deja para el recuerdo el recuento de un año, a la vez que con toda premura, sin ningún interregno, acude sin tardanza a un sustituto, porque siempre es mala la pérdida de un orden y en esto, el calendario, es de lo más inflexible y riguroso.

     Al año, el 2013, recién parido, poco o nada cabe achacarle aún, ni malo ni bueno. Otra cosa será según avance, porque un tren de adversidades sin cuento, doce,  unidas como vagones a la locomotora de la desventura, no hay alma, por optimista que sea,  que agorero no le vaticine. Uno se aferra hoy, sin meditar más allá en otra cosa, a la quietud de una mañana, de apenas lluvia, de apenas sol, de apenas frío; un nirvana de la naturaleza que se presta como pocas veces a huir de una realidad amenazante; pero no hoy, en que nada se altera ni  altera a una mañana que, como el año, puja por nacer, por justificarse.

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