jueves, 9 de agosto de 2012

RÍOS CONTRA PURGATORIOS ESTIVALES




      Tenemos la impresión que con el calor, casi mórbido, desconocido en su intensidad, que nos vapulea con fuerza, con estas tremendas olas, que desgraciadamente no son las de ningún océano, estamos purgando todos un pecado de común raíz, que debió de ser de buenas dimensiones a tenor de cómo nos azota. Nos redime algo la bendición de la siesta, sin la cual más de uno se vería besando los suelos y con la lengua dos palmos fuera de su natural cobijo.

         Lo peor es que las circunstancias no son las mismas de hace ya bastante años, cuando todavía podíamos acercarnos a nuestros arroyos, para enfriar ardores estivales, con chapuzones que sabían a gloria bendita, con aguas cristalinas y de un frescor capacitado para lidiar contra cualquier fuego veraniego. Y si a algunos no le parecía suficiente, a un solo paso se hallaba el Guadiaro, ya hecho adulto en suelo de Benaoján, aportando tras darse una vuelta por las entrañas de la tierra entre sombrías grutas, una frialdad de leyenda, que no es que la haya perdido, pero si, de orilla a orilla, su pureza.

            Y todavía, para proezas más lejanas, y sin ir mucho más lejos, los parajes umbríos de la estación de Jimera de Líbar, con un río ya tan caudaloso y anchuroso, camino del Atlántico,  que el cuidado era primordial para volver con integridad  a casa,  ofrecía gozos infinitos que se prolongaban hasta límites desconocidos si en el ánimo de las excursiones cabía la cesta con la comida, en la que no podía faltar el melón o la sandía, pura gollería gastronómica tras sumergirla en el río para empaparlos de su helor y meterlo en sus carnes. 

          Se nos viene a la mente ahora, muy a propósito de lo que decimos,  a  Cameron, el gobernante británico, que durante bastante tiempo, antes de que la política lo maniatara en sus preferencias viajeras, fue un habitual por estas fechas de nuestras serranas y plácidas riberas. Me da la impresión que daría lo que no está escrito en los libros,  por escapar de ese maremagno de celebraciones y visitas protocolarias que conllevan los olímpicos juegos de su Londres ahora y olvidado del mundo, a la sombra de un añoso chopo, ver deslizarse el río, sin oír más rumor que el de su corriente fugitiva.
              

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