lunes, 27 de agosto de 2012

DE NUEVO, DONDE DEBÍAMOS.




     Hasta un servidor de ustedes, que no hay cataclismo que lo eche de su ciudad, el calor, inaguantable este verano, intervino para que, junto con advertencias familiares, durante unos días, buscáramos fuera de nuestros lares atmósferas más moderadas, que no más sosegadas, que las que nos atosigaban. El mar fue siempre un recurso y una terapia, aseguran, como prevención de futuras y malsanas infecciones, proveyéndonos de una especie de milagrosa coraza contra los rigores del invierno.

    Por allí, por las cercanas costas,  visto lo visto, y lo difícil que es luchar con las convenciones sociales y con todas sus monsergas, anduvimos pues, pocas jornadas y muy escépticos, en cuanto a esos venturosos beneficios para nuestra salud; entre otras razones, porque si alguna vez los hubo, la contaminación, de las que son uno de sus emisarios actuales  las medusas,  se  encargó de eliminarlos, en una progresión que pocas soluciones se le ve de parar.

     Más conscientes fuimos de la realidad material de luchar contra las olas y las heridas que producían  las rocas, más abundantes que nunca en las marinas aguas. Algo que nos hizo recordar las de nuestras montañas, que si son más gruesas y consistentes, están muy a la vista anunciándose mucho antes de llegar a ellas. Por lo demás, lo que queda de estío, que esperamos sea poco, lo aguantaremos en casa, y tan contentos de estar en ella como antaño, como siempre.


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