lunes, 16 de mayo de 2011

Buenos paños, malos tiempos.

          La dureza de los tiempos es apabullante, dando un rotundo mentís a dichos y proverbios que hasta hace poco afirmaban que paños finos y gollerías no necesitaban de lucidos escaparates para venderse; que aun  colocados en lo más hondo de heméticas arcas se los quitaban a los dueños de las manos.
          Un cambio drástico ha debido producirse cuando hasta las recatadas monjas de los conventos han sacado sus productos a la calle, con carteles y publicidad galana e impresa, tratando, sus dulces, de hacerse un hueco en el infierno de la feroz competencia actual.
           No más tornos, por los que, entre chirriantes vueltas, se colaban el silencio, el frío soplo de las naves en penumbra y el paso quedo de la  profesa, que no su visión,  encargada de efectuar la transacción y de situar el delicado manjar a tu alcance; un halo poético envolvía a este comercio, con gotas de clausura y misterio de celdas,  del que siempre estuvo  desprovisto el que tenía y tiene lugar en las mundanas tiendas del exterior. 
          Con nombres que intentan recordar su procedencia, unos antiguos y otros menos, -tortas de la Virgen, tocinillos de Cielo y así- encontramos, ahora, sus delicias a la venta en tiendas de la zona turística; un poco caras, la verdad, porque a su precio original, el menos costoso cuando se vendía en los conventos, se le ha sumado con el traslado,  la comisión del que, a la luz del día, los vende al público en sus locales.  
          
                                                                                                                                           

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