domingo, 22 de diciembre de 2019

TAN CERCA Y TAN LEJOS ESTAMOS

Más lejos de lo que la simple distancia de medio centenar de kilómetros indica, de academias y honores, de pinas catedrales,  de Mediterráneos infinitos, de foros con celebridades literarias que nunca ceden, de surtidos archivos y pobladas librerías,  con una complacencia que jamás buscamos, pero que sin llamarla acude con harta frecuencia, ahora que el tiempo más que inferir heridas, con insolente presteza nos mata, no deja de acosarnos la idea, la pregunta tenaz, de si estos libros que escribimos, en suelo tan apartado como es este montaraz en el  que nacimos y habitamos, con arracimados pueblos de juguete a un tiro de piedra,  que fueron laboriosos y cercanos, pero que aburridos de que no les llegue nada, de tocar el trasero del mundo, a enormes estampidas se despueblan; si estos libros, decimos, que nacieron en tierras de exilios y exiguos panes, que no aspiran a galardones, sino a ser leídos, de torcidos renglones que nadie va a  enderezar, tendrán algún objeto, servirán de solaz, de enseñanza a alguien, algún rato, alguna vez, tendrán algún ignorado lector, un nimio acomodo en los estantes de una biblioteca, por exigua que sea.
Con estas premisas, intimidados, con un sentimiento de estar donde no debíamos, en vez de al amor del calorcillo del brasero y sus faldillas, por las que no pasan los siglos,  y no expuestos a unas brisas que, por altaneras, mordedoras y severas, aturdían al más bizarro, en noche cerrada, que ahora, sin remedio, ya lo es a las siete,  al Casino local acudimos, con más obligaciones que las que ya uno, sus años, pueden asumir, aunque tampoco las asumiera con una pila menos de ellos, esto es: para contar las virtudes de sendos libros, que lo más probable es que no tuvieran ninguna; de no desesperar a unos asistentes que, en gran mayoría, presumiblemente, acudían más por compromiso que por afición al acto de presentación de esas obras nuestras; de medianamente entretenerlos y no hastiarlos, dejándonos la vida para superar balbuceos y apocamientos asentados desde muy niño en nuestra naturaleza,; que no menos nos cumplía urdir para sacarlos de su inicial letargo y en otros predios de mediana atención situarlos.  Al cabo lo llevamos, pero con tanto miedo como vergüenza, esta última como inexorable y flameante bandera,  acompañados, pero solos, en un océano que no era un dulce y apacible Mediterráneo, sino un mar de nervios y temores desatados.
El casino, al que no sabemos si con razón, le apodaron en su alumbramiento de circulo de artistas, de luminoso patio andaluz, de hermosa y vasta fachada,  un dilatado bostezo con que luchar contra otras angosturas de su urbanismo,  se viene abajo, falto de socios, de caudales y de mecenas que remedien sus achaques. Malhadado sino para un festejado lugar que, bien con la llamada nobleza de sangre, que la otra era otrora villanía, con la burguesía luego, y más tarde con el sufrido pueblo,  el de la carga a cuestas con las bajezas de unos y de otros, bien se las compuso para estar en su sitio, que no era más que el de .procurar entretenimiento y a ratos ofrecer cultura, en la medida de lo que la población demandaba.
En rigor, aquí casi todo se nos viene abajo, no las carreteras porque nunca las hubo, ni tampoco las grandes industrias. Lo que no está abocado a morder el polvo, es porque ya tanto es, que como escombro en la tierra yace. Lo que nos queda de más ver, el puente, que rocoso, majestuoso, indestructible, le pareció a sus creadores un lejano día,  ahí anda el pobre, tambaleante, sobrellevando un mundo de  detritus en sus sillares, y pesos descomunales que lo hunden; las laderas de su colosal abismo, no en fanales, sino a pasitos cortos, para no llamar la atención, dejándose está en cada mordisco que le asestan la piel de su inefable encanto,  los que ya ha encajado y los que, de cierto, le esperan. No menores han sido que los que infirieron antaño y aun hogaño a la universal Alameda.  Orgullosos de los otros puentes, los más viejos, aún ahí relucen, pero no libres de amenazas urbanísticas. También, a ver quien puede más, en el mismo corazón de la ciudad, puentes de otra estirpe, pasos a nivel, más de uno y más de dos, que no dan paso, como aquellos sino que los cercenan…
Después de estos lloriqueos, de inanes lágrimas que a nadie van a conmover, nos olvidábamos de lo esencial de este escrito, de los libros que presentamos en una noche de serrana frialdad, y, más que nada, del de mayor contenido por los que ornaban sus páginas: el referente a los hispanos ilustres que hollaron y honraron estas tierras con su inefable presencia: Cervantes, Lope, Caro, Alcázar, Simón de Rojas, Galdós, Bello, Fernán Caballero, Baroja, Lorca, y hasta un centenar más. Ojalá que la dulce melodía de sus voces preclaras  infundan algo de vida y abrigo al libro, del que nosotros solo somos torpes pendolistas. Mucho de eso ya hicieron estando allí, a nuestro lado, esforzados valedores, la Editorial de la Serranía, el Centro Andaluz y le Instituto de Estudios Rondeños, para los que, como están los tiempos de desganados y de mírame y no me toques, no nos queda más que darles nuestras más sentidas gracias. De todo corazón lo hacemos.

SUR DE HOY




           

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