martes, 27 de enero de 2015

LOS ENTRAÑABLES BUENOS DÍAS.



       ¡Buenos días!, nos dice el dueño del bar cuando entramos a desayunar, sin mirarnos siquiera, pero con el rostro afable con que está obligado a acoger, por el bien de su negocio a los parroquianos.
¡Buenos días!, responde al nuestro el kiosquero, con una respuesta que, por parecidas razones a las dichas, le conviene dar. ¡Buenos días!, nos dice con más convicción por ser de nuestros años y generación algún amigo al paso.
       Uno comprende, en cualquier forma, que aunque lo más educado y tradicional es replicar al amable saludo mañanero iterando fórmula, no siempre nuestro ánimo, por muy diversas razones, se aviene con la bondad que se le presupone al día y el deseo de que durante su corto reinado no se nos tuerza la suerte. Sin embargo, diríamos que tan tradicional, amable y educada manera de saludo está en pleno desuso; ni son tan frecuentes como siempre lo fueron, cuando era obligada su exclamación no más tropezarnos al salir de casa con cualquier persona, conocida o no. Diríamos que casi es una temeridad dar hoy los buenos días a alguien que no se conoce, porque o despreciara tu saludo, ignorándolo, o aunque conteste, os mirará con extrañeza preguntándose: "¿Y este a mí de qué me conoce?


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