lunes, 26 de mayo de 2014

SENDEROS Y TROCHAS SE AFANAN



     Tienen  ciudades como la nuestra, de las que juegan con la paradoja de las cumbres y el vértigo, donde se instalan de antiguo, horizontes y campos, que no son los de labor, que invitan con asiduidad a la reflexión más peregrina. Una de ellas, viniendo de arriba abajo, hundiendo la mirada sin temor a despeñarse, sería la de avizorar la profusión de senderos que con ilimitada quietud y sosiego persiguen una salida para llegar a terreno urbano, ya al racimo de viviendas que casi a mano tiene, bien a las villas hermanas, más alejadas, pero a tiro de inexperta honda.

     Para cumplir con el ancestral rito, huyen aquéllos de una derechura que a nada lleva, que no es posible porque a su caminar se oponen y lo obstaculizan una desbocada legión, un frenesí, de rocas y salvajes quebraduras, cuando no impenetrables cauces de imprevisibles caudales y traiciones. En todo este brioso laborar, en esos penosos rodeos por abrirse paso trochas y senderos hacia un mundo más inquieto, podría haber el desasosiego que se desprende de salvar dificultades que alteran ánimos y ganas de seguir adelante; mas no, que es la placidez más rotunda, más divina, más augusta, la que impera, tanto que sería pecado buscar lugar más idóneo para matar desasosiegos y sinsabores, para sentirse alguien, para soñar. 

 

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