jueves, 1 de mayo de 2014

MAYO SIN MELLA



     Gayo mayo. Es mayo, azahar y maíz, luna de leche y flores de luna, júbilo y ansiedad,  grano y melodía, estirón desmesurado, amable, resplandeciente de la madre naturaleza hacia más luengos y poblados horizontes que, embelesados, desearíamos nunca acabaran, porque todo es ahora en ella regocijo, resplandor, bendecida simiente, promesa cumplida de los campos, de lo que no era antes en su vientre sino un azaroso amasar, un laborioso recoger de la tierra de aquí y allá, de lo que más le convenía para fructificar, cerrándose también a lo que podía herirla, destrozarla hasta hacerla estéril.

   Cantan las aves enardecidas, cantan las brisas que ahora arrastran gozosas todas las fragancias de centenares de encendidas frondas, cantan los cielos, olvidando que un día fueron soledad y furia desatada en el hosco invierno mientras pulían venideros sueños. Se unen al descomunal, majestuoso coro, cumbres, peñas, manantiales y ríos, todo es un interminable canto a la vida; y mal haríamos si faltara nuestro canto: el del hombre, perplejo, absorto ante tanto esplendor, tanta abundancia, tanta armonía. Perdida ilusión sería, pero queda fijo, martirizando el recuerdo,


la de que un algo de este despliegue, se volcara con un mínimo de fortuna, de ayuda, a los que bastante tienen con buscar dónde caerse muertos, para detenerse a mirar a mayo, a la naturaleza. Un mes más, tan aciago, como los anteriores y los que seguirán, para muchos a lo largo del vasto mundo.  
     
       
       

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