jueves, 5 de diciembre de 2013

UN PELDAÑO DE LA ESCALERA.




      Te exacerba, Zaide, a todas horas tu modesta vida, con la que no estás conforme, a la que acabas un día y otro maldiciendo, e invocando a los dioses para ser más, para que sean más dadivosos que hasta ahora fueron, porque poco te conforma lo que eres y quisieras, para acompañarte de una  felicidad duradera,  vorazmente almacenar, gozar de innúmeros bienes y riquezas, alardear de  todo lo que, sin ser necesario para vivir,  algunos poseen y tú no.

      Si la perfecta felicidad no fuera un mito, un fuego que apenas crece ya se extingue, te diría, y  cuento con que te lo vaya desvelando la sabiduría que sólo concede el tiempo, que felicidad es abrir los ojos a la mañana, siempre deslumbrante, y cerrarlos a la noche, y con su calma dormir en paz, porque a tu conciencia nada la altera; enamorarte, querer a quien te quiere, ver crecer a tus hijos y a los hijos de tus hijos; enardecerte con sus triunfos y llorar con sus fracasos, que parte tienes en unos y otros; que no te falte la comida por muy frugal que sea;  superar una enfermedad y resucitar al mundo de nuevo;  emocionarte con un libro, con la magia de un cuadro,  con un crepúsculo, extasiarte con un amanecer; perderte por un dosel de árboles y frondas; oír el rumor de un río, de la lluvia serena sobre la tierra, vislumbrar el cabrillear de las olas en el mar; contemplar engalanarse al campo de flores y a los huertos de maduros frutos; avizorar recortarse, mudar de color y vestirse con nubes a las montañas; pasear sin premura, sintiéndote parte de una magnánima naturaleza, en la que nada falta ni sobra; soñar, en el sueño cierto que es nuestra vida, que otros universos nos esperan, que no todo tiene fin, que el de aquí no es el definitivo, sino sólo un peldaño, en una empinada escalera.
     Y mil cosas más de las que disfrutar sin necesidad de haciendas ni sedas te podría citar y que, creo,  el falso brillo de éstas últimas te las podrían ocultar.

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