lunes, 4 de junio de 2012

PARA HERMETISMO EL DE LA CUEVA DE LA OSCURIDAD



        Con deleite que no es para contar y sí para degustar como un licor de dioses, hemos vuelto hace unos días a disfrutar con la contemplación de la Ermita Rupestre de la Oscuridad. Es ésta la que, aunque parezca mentira, se sigue cerniendo desde hace ya, al menos ocho siglos, sobre sus rocosas entradas y salidas. Sólo en este sentido le encaja a la perfección el nombre, el de un lugar impenetrable de tenaz secreto  que, con idéntica saña, le persigue desde que era centro de recogimiento de cristianos. Estando en suelo musulmán, era comprensible su aislamiento, si es que querían ser fieles a su fe y a su linaje. Un aislamiento a toda prueba, porque allí, aquéllos mozárabes, vivían y morían, según muestran sus enterramientos en los huecos de las rocas.
        Menos razonable es que, todavía hoy, pese a su céntrico emplazamiento en la misma plaza de su nombre, sea su compañero en el tiempo un hermetismo que impide que sus grutas gocen de la mirada de los rondeños y, desde luego, de los que no lo son, que estas son cosas, de las que pocas poblaciones pueden presumir que se hayan conservado casi en su pureza original; pero, claro, de qué nos sirve.  
        

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