viernes, 8 de junio de 2012

EL DECLIVE DE UNA PLAZA



        Como a los humanos, la edad también ataca a las cosas; pero existe, no obstante,  una diferencia abismal entre el avance imparable de aquéllos hacia su extinción terrenal, que más tarde o más pronto nos llega, y el de estas últimas que, con cuido y amor, pueden acompañar a generaciones y generaciones.
        Entre fatales modificaciones, y abandonos, mal porvenir se le augura a nuestra plaza España para una duración en condiciones en el tiempo, cuando día a día la vemos más descuidada y menos acogedora. Y lo triste es que por su situación, junto al Puente, en el que se concentran la gran mayoría de nuestros visitantes, merecería otro trato. Estética y superficie para los peatones se perdieron ya con la llamada remodelación última, una palabra que no deja de esconder sus claves comerciales y de intereses, y que al final, lo que menos hace es modelar nada y sí apenar a los que desde siempre nos miramos en la belleza natural de lo que poca o ninguna mudanza requiere.
          Diríamos que el sino perdedor de la plaza, ya lo fija, para empezar, ese reloj parado desde hace una eternidad de tiempo y a cuya esfera, más de un extranjero, mirándola,  se le habrá ocurrido preguntar lo mismo que a nosotros, que qué puñetas pinta allí: porque si un reloj no anda, privado de su función, ni como adorno sirve Después, lo culmina el solar aledaño a la plaza de la calle Aparicio, un escenario desolado, con su telón hecho jirones brincando en el aire de la mañana, mostrando su desnudez interior. Cuando llegue septiembre, lo cubriremos de nuevo, seguramente, con gigantescas figuras de toreros de la tierra, para que los políticos de fuera, con sus copas ya ingeridas, y el ánimo por las nubes,  se hagan la foto tradicional en una Ronda de pandereta, que dejarán, hasta el año que viene, en unas horas.



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