jueves, 23 de febrero de 2012

CABALLOS Y CABELLOS, HUMANAS ILUSIONES.

       Muchos puntos de similitud tenemos con los animales; otros, que no tenemos y envidiamos, andamos tras ellos por si fuera posible participar de sus ventajas e incorporarlos a nuestra feble naturaleza.
         Viene al caso porque esta mañana, desayunando, junto a nuestra mesa, un grupo de jóvenes, chicos y chicas, hablaban de la ventaja de utilizar champú de caballo. Como la proximidad de las mesas era codo con codo, sin querer, aunque el tema empezó interesarnos, oímos que describían la milagrosa propiedad de un ungüento que aunque destinado a los equinos para dar lustre, fuerza y profusión a sus crines, se estaba usando en las humanas cabelleras con un éxito de masas. Aunque era clave comprarlo en las tiendas de animales o en veterinarios, sus secretas grutas,  en algunas firmas de supermercados, tan sagaces siempre a la hora de tentarnos el bolsillo, el insólito producto se estaba empezando a vender y a desaparecer, nada más colocado, de sus estanterías.  
        De todo esto, más que la dudosa eficacia de un remedio contra la calvicie que se viene buscando desde hace siglos y que no aparece, uno se queda con la rapidez con que todos nos ilusionamos con cualquier pócima mágica, y como si hubiéramos hallado la soñada fuente de la eterna juventud, durante unos días somos otros. ¡Indomable poder de la ilusión!, siempre renovado,  que no se rinde ante el eterno fiasco de la búsqueda de la piedra filosofal. Que nunca falte aquélla, cualquiera que sea su empleo, porque casi de eso vivimos.
          
              

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