miércoles, 3 de abril de 2019

                                                          
TU REINO

            En el fútil reino de los sueños, abrumado de estupores, de cavernas tenebrosas, de rendijas sin fondo y pasadizos que a ningún lado llevan, es, cualquiera de nosotros, Zaide, el perenne monarca, aferrado al mullido lecho de un inamovible trono. Tus súbditos, miríadas de legiones enardecidas que conspiran con infinito furor para esclavizarte, subyugarte o enaltecerte; tu inacabable predio, un esotérico escenario, con millones de acres de tierras luminosas o sombrías, con abismos, palacios, centauros, extinguidas especies y seres inauditos que te adulan o hieren, que surgen y se desvanecen porque no son nada tuyo; donde campan a su impredecible aire, las escenas más fastuosas, más fantasmagóricas, más impronunciables, las persecuciones más feroces, las actitudes menos deseables, las fogatas que menos arden, los insondables piélagos en los que te ves sin remedio perecer, para no hundirte jamás.  
            En una rueda carente de redondeces, voltean cientos de cangilones, a los que desesperados te aferras para no ser presa de un vacío en el que no existen salideros, ni pretiles, ni agarraderos. Y cayendo andas, angustiado, desnortado, mirando caer a otros, perdido, gimiendo o riendo sin saber por qué, en una noche en la que no hay estrellas, ni montañas con sederos que alguna parte conduzcan, o en la que si atisbas presuntos caminos, se esfuman cuando a su pie estás, son caudales con ningún lecho y torrenteras con ninguna agua, que buscan océanos que nunca están.
            Tu reino, el que gobiernas sin saberlo ni gobernarlo más que en huidizos instantes, en el que eres rey y siervo a la vez, lo pueblan, a su soberano antojo, villanos y taumaturgos, que lo mancillan o enaltecen, magnates de un suspiro, que en ese menudo tiempo de sopor, cuando tú, su dueño, convocas a todas las dichas, a todo el conocimiento, a todo el amor, a todas las melodías, a toda la tácita paz que, insólita, cabe en un segundo, para que te socorran, se esfuman de súbito antes de aparecer, porque es un tiempo inabordable, inefable, inapresable, que, aunque ansías, nunca aprehendes porque nunca está a tu alcance. 
            Es tu reino, pase lo que pase en él, y pese a quien pese, que nadie te disputa,  y en él, allí, en las desasosegadas horas en que el sueño te ampara o te desespera, en las que todo se esfuma o empequeñece, eres tú, su indiscutible señor: un dueño que, en rigor, nada o poco manda.

            EN DIARIO SUR DE HOY

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